Josef Koudelka es el fotógrafo checoslovaco del Teatro, de los gitanos, de la invasión Praga ’68, del exilio, del caos. Uno de los miembros más importantes de Magnum Photos es una de las figuras más respetadas de la fotografía y uno de los documentalistas más importantes de la historia.
Mucho se habla de la famosa “mirada fotográfica” pero, realmente, ¿Existe tal cosa? Un examen de la mirada desde la mediación y la cultura en la fotografía.Seguir leyendo La mirada fotográfica→
En junio de 2012 escribí mi artículo Josef Koudelka, el nómada. A partir de la publicación original he tenido acceso a nuevas fuentes e información de interés, por lo que decidí enriquecer el artículo y agregar más fotografías. Se puede acceder a la versión actualizada desde este enlaceo haciendo clic en la imagen que presento a continuación:
Permítame mi lector una confesión: Este año cumplo 25 años de tocar las guitarra y 35 de hacer fotografías. Si pudiera sintetizar mis dos pasiones artísticas fundamentales diría que son el Flamenco y la foto. De hecho estoy trabajando un proyecto multimedia de contenidos flamencos titulado Rumbos Flamencos para radioUP. Y hoy he tenido una gran sorpresa fotográfico-flamenca.
Esta mañana asistí con un grupo de participantes de fotoUP a la World Press Photo 2012 en el Museo Franz Mayer en la Ciudad de México. Por supuesto realicé mi obligada escala a la tienda de los museos que visito porque suelo encontrar buenos textos de fotografía que no suelen hallarse en otras librerías. Mi sorpresa fue grande cuando me topé con el libro Prohibido el cante. Flamenco y fotografía.
Joaquín Cortés. Elke Stolzenberg. 1995
De regreso de la exposición he podido revisar con regocijo las 153 fotografías que integran el libro. José Lebrero Stals abre: «Ya sea como realidad social o como expresión musical, el flamenco siempre ha interesado a un gran número de fotógrafos…» y prosigue en otro párrafo: «Las razones de la presencia del flamenco en la esfera fotográfica han tenido que ver con la curiosidad antropológica que despertaron sus particulares espacios cotidianos. Avivó el deseo documental de testimoniar los lugares donde han ido socializando sus protagonistas.» Seguir leyendo Libro: «Prohibido el Cante. Flamenco y Fotografía»→
Fotografió a los gitanos y la invasión de Praga ’68. Koudelka es el nómada que se quiere convertir en la mirada misma.
Por Óscar ColoradoNates*
(Artículo actualizado el 12 de diciembre de 2015)
Jószef Koudelka nació en Boskovice (Moravia, Checoslovaquia) en 1938. Tuvo contacto con la fotografía gracias al panadero que era un fotógrafo aficionado. Era 1952 y el adolescente Josef utilizaba una cámara de baquelita, quizá una checoslovaca Pionyr[1]. Sus fascinaciones infantiles eran la música folklórica, los aviones y las fotografías vernáculas hechas por el panadero. Logró comprar su primera cámara recogiendo fresas y vendiéndolas al hombre de la heladería[2].
“A mediados de los años 1950, cuando en Checoslovaquia estaba empezando a surgir una cultura juvenil de mentalidad abierta tras la muerte del líder soviético Iósif Stalin y después de dos décadas de represión brutal, Josef Koudelka […] dejó su pueblo en Moravia para marcharse a la capital, Praga.[3]”
De la ingeniería a la fotografía
Una vez establecido en Praga, Josef estudió ingeniería en la Universidad Técnica y se inicia en la fotografía. El propio Koudelka explica: “Cuando estaba en Checoslovaquia no sabía mucho de pintura y era el peor en la clase de dibujo. Algunas personas observan cierta influencia de la pintura en mis fotografías pero eso no es consciente.[4]” Más que accidentes, se trataba de una potente intuición para aquilatar los elementos gráficos y compositivos. Utilizaba el lenguaje formal de la fotografía (enfoques, desenfoques, barridos, etc.) de una manera tan intuitiva como acertada.
“Koudelka empezó a interesar por la imagen en 1958 cuando empezó a tomar las primeras imágenes de escenas cotidianas, como un hombre trabajando en su oficina o bailarinas de ballet retratadas en Praga o los paisajes, fruto de sus primeros viajes a Checoslovaquia, Polonia e Italia.[5]”
Praga. República Checa. Josef Koudelka. 1960
Koudelka trabaja en 1961 como ingeniero aeronáutico cuando entra en contacto con el fotógrafo y crítico de arte Jiří Jeníček, quien dirigía un club fotográfico para estudiantes[6]. Por aquellos años también conoce a Anna Fárová. Josef realiza su primera exposición que consistía “no tanto en una búsqueda de contenidos y de contextos como en una busca de formas y de composiciones insólitas acentuadas a menudo por un ángulo de visión particular… tenía una fuerza expresiva excepcional, una visión original próxima al grafismo moderno con una inventiva y un frescor en la forma poco habituales.[7]”
Praga, 1959
Desde estos primeros momentos Koudelka demostró “…un poder expresivo fuera de lo común, una visión incorporada a métodos gráficos modernos y una notable frescura e invención de la forma.[8]”
Entre 1962 y 1964 experimenta con la forma de una manera más acentuada. Pierre Soulage refiere que “Hay un periodo en que la violencia de los contrastes someros entre el blanco y el negro, y busca lo esencial, deja al margen los grises refinados y todos los preciosismos. Esto ocurre cuando se escoge lo elemental para conseguir el máximo de presencia dramática.[9]”
Entonces el joven ingeniero toma una decisión crucial: “Podría haber tenido una vida más formal como ingeniero, pero me di cuenta de que no quería morir de aburrimiento a los 30 años. Lo que quería saber de esa profesión ya lo sabía, así que cogí una cámara con el instinto del que sabe que jamás dejará de aprender. Y así ha sido.[10]”
El teatro
En el primer lustro de la década de 1960 Koudelka encuentra en el teatro un tema fascinante para sus búsquedas fotográficas.
Michel de Ghelderode. Les masques d’Ostende. Teatro detrás de la puerta. Josef Koudelka. 1965
El director de teatro Otomar Krejča recuerda que su colega Karel Kraus le habló de un interesante fotógrafo cuya única condición era “que se le permitiese hacer fotografías desde donde quisiese, incluso en el escenario, entre los actores a media escena.[11]”
“Rompía la cuarta pared y en el ensayo general previo al estreno, recogía con su cámara todos los aspectos de la función. Desde los gestos de los primeros actores hasta los movimientos de los tramoyistas.[12]”
El teatro en Praga era, por aquel entonces, “Un entorno vivo en el que Alfred Jarry, Václav Havel y las vanguardias europeas jugaban la mayor baza para abrirse camino hacia un mundo nuevo, muertos ya Stalin y su émulo checoslovaco Klement Gottwald, nefasto usurpador de los años 50. Desaparecidos estos bastiones del horror, el fotógrafo se inmiscuyó entre numerosos grupos de teatro atraído por un mundo entre bambalinas en el que, sin pudor alguno, se infiltró para presenciar los ensayos. El único pretexto fue la fotografía. Y el ingeniero operó el milagro con una Rolleiflex al cuello, recortando, acotando encuadres, seleccionando fragmentos, manipulando las muestras con tesón hasta que conseguía el detalle que ansiaba.[13]”
Registra la obra Ubu Rey y se convierte en el fotógrafo oficial del Teatro za Branou. El fotógrafo mostraba ya entonces su originalidad autoral exigiendo el poder irrumpir en el escenario incluso durante los ensayos. Sin embargo trabajaba “Totalmente absorto por la acción dramática, se movía intentando no molestar la coreografía de los personajes… Tenso, totalmente metido en su trabajo.[14]”
“Koudelka recortaba entonces sus imágenes para entrenar su ojo, las pegaba para crear panorámicas, experimentaba con el medio y publicaba su trabajo en Divadlo, revista vanguardista especializada en teatro. Trabajó con varias compañías disparando entre los actores que representaban obras de Ionesco, Beckett y Jarry; retrató un montaje de El rey Lear de Peter Brook.[15]”
El resultado sorprendió a los directores del teatro cuando vieron sus fotografías: “…encontramos elementos de nuestra puesta en escena, el encuadre, las situaciones, la atmósfera, pero todo ello como en medio de una niebla onírica contrastada, sin peso, tanto en el sentido propio como en el figurado. Estaban los actores, pero los rostros no eran los suyos…[16]” Eran una interpretación personalísima que trascendía a un mero registro documental. Otmar Krejča dice que esas fotografías “Se convierten en significado, signo, logos, poniendo de manifiesto al mismo tiempo el lenguaje del drama, del teatro…[17]”
En el teatro, Koudelka encuentra una gran escuela, la de “primer plano/segundo plano, de bloques de luz, de miradas, de la separación entre los seres.[18]” Estas tempranas fotografías son de gran expresividad.
Krejča explica que “El arte teatral ofrece una expresión concreta del espíritu humano. Los grandes textos clásicos de los poetas dramáticos resuenan en el escenario contemporáneo. Las fotografía de Josef hacen algo similar Nunca son simples documentos de la realidad cruda. Son rigurosamente veraces y elocuentes imágenes de lo que es,, de algo esencial. Se convierten en significaciones, signos, logos,que traducen tanto el lenguaje dramático como el misterio del teatro.[19]”
El propio Koudelka recuerda que cuando se inició en la fotografía, conoció a un viejo fotógrafo que le dijo “Josef, un fotógrafo obra con un sujeto, pero el sujeto obra en el fotógrafo.[20]”
Gitanos
Koudelka emprende su proyecto Gitanos. Mario S. Arsenal explica que “…la marginalidad es el primer motor de su creatividad. La misma que lo llevaría a abandonar Praga para vagar por campamentos gitanos y retratar así su vida, sus miserias y su cotidianidad ritual y cifrada. Esta vez el pretexto fue más humano que artístico, y su afán por llevarlo a cabo trascendió la mera publicación del libro que llevaba años planeando dar a luz. La Rolleiflex y un gran angular fueron los únicos instrumentos que utilizó…[21]”
El fotógrafo explica: “En mi pueblo no había ni gitanos ni judíos, llegué a ellos a través de la música folclórica y creo que fue la música lo que me hizo seguir. Empecé a fotografiarlos y también usaba una grabadora, veían mi interés. Pero mi trabajo no era documental, los gitanos no son solo como se ven en mis fotos, esa es mi proyección. Lo que sí tenía claro es que no quería perjudicarlos. Ellos no estaban en el sistema, pero tampoco en la lucha por la libertad, peleaban por sobrevivir.[22]”
Koudelka no trabaja como un reportero gráfico ni documentalista. Parece más bien reaparecer el fotógrafo de teatro con “una postura personal que se traslucía en cada fotografía [de los gitanos].[23]” “Koudelka se aleja aquí de las tipologías habituales que van de la investigación étnico-antropológica al reportaje programados sobre una determinada población…[24]”
También es importante hacer notar que el impacto de estas fotografías se debe al propio sujeto. Siempre existe esa trampa de admirar la fotografía de un motivo interesante o bello. Sin embargo los gitanos distaban de ser vistos con buenos ojos: “El gitano, en la Checoslovaquia de los años sesenta, es el otro por excelencia, el rechazado, el no aceptado, el sospechoso, el no asimilado, el supuesto mentiroso, el ladrón, todo al mismo tiempo.[25]”
Aunque gitanos y nomadismo parecen sinónimos la realidad es distinta: en las regiones de Europa oriental los valacos son una rama migrante de los romaníes (nombre más preciso para los gitanos) relativamente pequeña. Lo que sí es una constante generalizada entre este pueblo es la segregación y la proscripción de las poblaciones para reducirlos a guetos en las periferias. Su miseria es económica e intelectual y un círculo vicioso social: como se les segrega no pueden integrarse a la vida productiva, y como no forman parte del círculo económico de las comunidades terminan repudiados.
No importa si son los imperios, el comunismo o el libre mercado: Han resistido a todo régimen económico y social. Toda iniciativa por apoyarlos o destruirlos ha fracasado. Los gitanos parecen inmunes a todo lo que no sean ellos mismos.
Los Cikánis (gitanos en checo) dan a conocer a Josef por el mundo. Es un trabajo que exige una re-lectura constante. En cada revisión saltan preguntas en todas las páginas. ¿Qué llevó al fotógrafo hasta los guetos en Eslovaquia? ¿Para qué capturar durante años a estos refugiados? ¿Por qué elige Koudelka acercarse a una cultura que ha sido perseguida y proscrita durante más de seis siglos?
Para la segunda década de 1960, Koudelka parece requerir de un escenario aún mayor y comienza su peregrinar con los gitanos.
El pueblo gitano ha resistido cualquier forma de asimilación, todo intento de regulación, cuanta iniciativa ha existido de integración. Son los exiliados por naturaleza. ¿Son una prefiguración de cómo terminaría el propio Koudelka durante los siguientes veinte años?
Koudelka es un individuo educado, un ingeniero que gusta de las actividades intelectuales como el teatro. ¿Qué ve un hombre sofisticado en este pueblo menesteroso?
“A la gente no le gusta estar con ellos, pero les encanta verles retratados. Es un hecho. Me permitieron entrar en sus vidas porque yo siempre me he presentado como uno de los suyos. Así pude tomar imágenes en sus reuniones más íntimas y dolorosas como un funeral, o mostrar sus rostros mientras charlaban de sus asuntos. Nunca me rechazaron”[26].
Y es que Koudelka “Pasaba semanas viviendo entre los gitanos, durmiendo al raso, comiendo lo mismo que ellos comían. En sus años de aprendizaje, cuando hacía fotos de espectáculos teatrales, había adquirido una destreza que le fue muy útil después: la de moverse entre los demás, muy cerca de ellos pero sin estorbarles, volviéndose tan invisible para ellos como esos manipuladores japoneses de marionetas que se muestran en el escenario vestidos y enmascarados de negro.[27]”
En las fotografías del Koudelka puede comprenderse a un hombre cuya mirada va mucho más allá de la superficie; no importa si es una obra de teatro o el paisaje ajado por la mano del hombre. Josef parece muy cómodo ante la paradoja fotográfica: Las apariencias que muestran algo que está más allá de la fachada.
Cuando se revisan las fotografías de Gitanos comienzan a emerger sujetos empobrecidos pero también alegres, algunos de ellos estoicos y más de uno abiertamente orgulloso. Koudelka parece descontextualizar a estos clanes de todo lugar y esfera temporal; son gitanos suspendidos, al margen del cronos. En sus rostros podemos ver a los primeros ejecutados en los campos de concentración Nazi, medio millón de romaníes que nadie pareciera extrañar[28], a los empleados por el comunismo, a los impermeables a los programas de la Unión Europea. Koudelka muestra unos gitanos que condensan pasado, presente y futuro.
Quizá la clave de este pueblo, y la fascinación que provocó en Koudelka, está en que ellos como nadie son una especie de destilado del género humano: Parecen compartir su miseria con el resto de los pueblos, pero saben reír, enriquecen su diario andar con ritos, impregnan su existencia de un profundo sentido trascendente presente en su religiosidad. Son música que adereza una vida dura. Pueden lucir con harapos sucios y desgarrados o elegantísimos y peripuestos. Las imágenes de Koudelka de los gitanos son, en cierta medida, una fotografía de la humanidad entera.
Estas tribus muestran que los seres humanos somos mucho más que un buen trabajo, una casa linda, un medio de transporte, dinero, vestido e incluso intelecto. Gitanos nos descubre que el ser humano está muy por encima de todo eso, que los humanos somos, ante todo, corazón.
Koudelka hace las fotografías desde adentro, algo que repetiría Graciela Iturbide quien se confiesa admiradora del checoslovaco. Se nota en las fotografías la intimidad entre el fotógrafo y sus fotografiados. Es una familia de nómadas y desplazados que acogen con piedad a un fotógrafo que resulta aún más exiliado, nómada y desplazado que ellos mismos, los parias de la sociedad europea. Se convierte entonces Koudelka en un paria entre los parias. En este peregrinar reverberan las palabras de Jesús de Nazareth: “…Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.[29]” De tal modo que se convierte Koudelka en el exiliado por excelencia.
Josef Koudelka
Josef Koudelka
Josef Koudelka
Josef Koudelka
Josef Koudelka
Para mediados de la década de 1970 logra publicar su trabajo Gitans: la Fin de Voyage, editado por Robert Delpire. Gracias a este libro Josef Koudelka logra ser conocido en el mundo occidental. “Gitanos ofrece a Koudelka una identidad… Durante un largo tiempo se le conoció como el fotógrafo de Gitanos no el “fotógrafo de los gitanos.”[30]”
Su aproximación de captura antropológica resultó totalmente novedosa pues se había alejado de fórmulas con estereotipos étnico-folklórico. Sin embargo antes de eso ocurriría un episodio toral en la historia checoslovaca y, por supuesto, la vida de Koudelka: la invasión de Praga en 1968.
Praga ’68: La irrupción
Andrea Aguilar cuenta que a Koudelka “Una llamada en medio de la noche le despertó. Tal era la agitación de la voz al otro lado del teléfono […] pensó que su amiga estaba borracha. Cuando comprendió lo que sucedía, agarró su cámara Exakta Varex y se tiró a disparar a las calles. Era agosto de 1968, y los tanques soviéticos ponían un violento fin a las reformas aperturistas que había emprendido Alexander Dubcek durante la Primavera de Praga.[31]”
En agosto de 1968 se cumplía la orden del camarada Leonid Brézhnev y las fuerzas del Pacto de Varsovia invadían Praga.
La presidencia del Comité Central del Partido Comunista emitió en Radio Checoslovaquia un mensaje desesperado: “Ayer, 20 de agosto de 1968, hacia las 23 horas, los ejércitos de la URSS, la República Popular de Polonia, La República Democrática Alemana, la República Popular de Hungría y la República Popular de Bulgaria cruzaron la frontera nacional de la República Socialista Checoslovaca. […se ] exhorta a todos los ciudadanos de la República a mantener la calma y a no ofrecer resistencia a los ejércitos invasores, porque en este momento es imposible defender nuestra frontera nacional.[32]”
Koudelka interpreta el hecho a través de sus ojos de artista porque no es un fotoperiodista propiamente dicho. Para entonces ya tiene un gran ojo para la composición y la luz gracias a sus años como fotógrafo de teatro y su experiencia con los gitanos se mueve durante la invasión con presteza y agilidad técnica. El fotógrafo revela: “Yo no pensaba nada, era una situación extrema y reaccioné ante ella.[33]”
“Varias décadas después, el fotógrafo británico Ian Berry recordaba haber visto entonces a un joven temerario que disparaba cara a cara a los tanques, y a la multitud que se plantaba pacíficamente ante ellos. Berry pensó que se trataba de un loco o de un valiente.[34]” Este fotógrafo colega definió a Koudelka como un “loco de mirada salvaje”[35].
La fuerza de su testimonio histórico se debe a que “Él mismo, durante los acontecimientos, encarnaba la independencia y la disponibilidad que los rusos habían ido a aplastar, mientras recorría las calles con la cámara, a pesar del peligro… Lo que resulta aún más admirable es el hecho de que, a pesar de la urgencia que le llevaba a actuar, supo mirar, incluso entonces, el fondo de las cosas, y hacer aparecer en sus imágenes, al mismo tiempo que los actores de un momento, el rostro del hombre como testigo sorprendido de sí mismo y de un mundo en el que vive como un extranjero.[36]”
Josef mismo refiere este episodio histórico desde su perspectiva: “Lo que estaba pasando en Checoslovaquia afectaba directamente mi vida. Era mi patria, mi problema. Esto era precisamente lo que marcaba la diferencia entre los otros fotógrafos que llegaban del extranjero y yo, que no era un reportero gráfico. No sabía nada de periodismo fotográfico. Nunca fotografiaba «noticias». Fotografiaba gitanos y gente del teatro. De repente, por primera vez en mi vida, me enfrentaba a una situación de este tipo. La afronté. Era consciente de que fotografiar era importante, y lo hice.[37]”
Muñoz Molina explica: “Las fotos de la invasión soviética en Praga parece que las hubiera tomado un hombre invisible. Koudelka se arrima temerariamente al morro blindado de los tanques y a los fusiles de los soldados invasores, se deja estrujar en el remolino de los ciudadanos inermes y valerosos, en un amanecer lluvioso de agosto. Como la memoria es tan insegura hacen más falta las precisiones de la prosa y las de la fotografía: dice Koudelka que con los años se le olvidó que en la mañana de la invasión había estado lloviendo, pero que pudo acordarse gracias a los paraguas y a los pavimentos mojados que se ven en algunas fotos. Aquí el arte es más que nunca documento urgente, prueba tangible que puede ser usada en un juicio, contundente como un informe procesal: y también posee la elocuencia arrebatadora de una gran pintura histórica, estampas de Delacroix en el blanco y negro de Praga, retratos tomados al azar que atestiguan que las monstruosidades de la historia siempre les ocurren a personas concretas, no a masas ni a pueblos.[38]”
“Casi medio siglo después, con el muro caído y Checoslovaquia escindida, la carga emocional de aquellas fotos de Praga se mantiene intacta. Ahí está el impetuoso joven que se abre la chaqueta y ofrece su pecho al soldado armado con una ametralladora montado en un tanque, y el tiempo detenido en un reloj de muñeca con una calle desierta al fondo —la imagen favorita de Bill Brandt por su «carácter surrealista”—.[39]”
Las fotografías de Koudelka durante la Primavera de Praga forman un triángulo donde sus tres aristas -visual, humano y político- trascienden al mero documento para convertirse en una opinión personal, la propia visión del fotógrafo sobre el hecho histórico[40].
Gilles Tiberghien revela que “Para el mundo entero, ese verano de 1968, ese paisaje de indignación, iba a tener un nombre gracias a las fotografías de Koudelka […] La ciudad así captada en un instante de trágica confusión sintetizaba un momento crucial en la historia mundial, un pliegue, una contracción del tiempo, que incluso ahora sigue siendo doloroso para la memoria colectiva…[41]”
El escritor checo Petr Král reflexiona: “Por encima de todo, las fotografías de Koudelka captan una población prisionera que comienza a cobrar consciencia de sí misma a través de la revuelta y la responsabilidad personal. Durante estos hechos, Josef deambula con su cámara, a pesar de los peligros, encarnando la independencia y el estado de alerta que los rusos querían aplastar.[42]”
Las imágenes cruzaron la frontera Checoslovaca por medio de Anna Fárová de forma anónima para evitar represalias del régimen.
“Pasaron varios meses hasta que aquellas imágenes de la invasión de Praga fueron revelándose. Eugene Ostroff, conservador de la Smithsonian Institution de Washington, consiguió sacar del país unas cuantas copias aquel invierno y se las pasó a Elliott Erwitt, entonces presidente de Magnum. Más adelante convencieron al fotógrafo de que mandara los negativos, las fotos fueron distribuidas por esa agencia en 1969 y se publicaron aquel verano, al cumplirse el primer aniversario de la entrada de los tanques.[43]”
CZECHOSLOVAKIA. Prague. August 1968. Warsaw Pact tanks invade Prague.
Ese mismo año la CBS Evening News mostró un vídeo de Charles Collingwood ilustrado con la fotografías de Koudelka que, por aquel entonces, estaban marcadas con las iniciales P.P. (Prague Photographer) para preservar la integridad física de su autor[44]. Durante 16 años Koudelka se reservó la identidad del autor.
Camino al destierro
En 1970 Josef Koudelka obtuvo una visa para seguir su trabajo fotográfico con los gitanos en Europa occidental; encontró la oportunidad para huir, pero la osadía le costó no poder pisar su patria durante 20 años.
Sin embargo, cayó en desgracia: “Me quitaron el pasaporte y así estuve durante 16 años. Ahora que veo las imágenes de los refugiados sirios recuerdo aquellos días. Me he sentido muchas veces uno de ellos: sin papeles, sin destino…[45]”
Elige Londres como residencia y se convierte, oficialmente, en un apátrida.
“De este modo imprevisto (e histórico a la vez) dará comienzo un exilio de más de 16 años que pasará en Francia, Irlanda, Italia y España. Cosas de la vida: el libro Exilios, tal como se tituló, se publicaría el mismo año en que le fue devuelto el permiso para regresar a su país.
Dormía al raso, se alimentaba de lo que le daban, una pieza de fruta o un mendrugo de pan y, ante todo, no dejaba de caminar. Como dice Stuart Alexander en su ensayo: “Se hizo amigo de las estrellas”. Y no sólo de las del cielo, pues en París también entró en contacto con una constelación de fotógrafos en torno a la galaxia Magnum, que no sólo le abrió las fronteras de Europa, sino que hizo de su exilio un retiro creativo.[46]”
Para 1971 Elliot Erwitt lo invita a Magnum Photos donde traba amistad cercana con el mismísimo Henri Cartier-Bresson. En esa misma época conoce al también legendario editor de fotografía Robert Delpire, el mismo que se había atrevido a publicar el trabajo de Robert Frank en Les Américains. Koudelka refiere que Delpire es quien más le enseña de fotografía; con Cartier-Bresson tuvo sus discrepancias autorales, pero reconoció en Delpire a su mentor más atesorado.
Exilios
“Tras marcharse al exilio poco después, Koudelka adquirió el estatus legal de “Nacionalidad Incierta”, convirtiéndose en un apátrida al ser incapaz de aportar documentación que acreditara Checoslovaquia como su lugar de nacimiento. Sin dejarse intimidar por esto, siguió viajando y fotografiando, permitiendo que las congregaciones gitanas y los festivales populares y religiosos dictaran su rumbo.[47]”
Koudelka se asume plenamente apátrida y desarraigado. Se ha convertido, de pies a cabeza, en el fotógrafo del teatro humano, “Teatro de cielos opacos, donde los hombres son algo muy pequeño y un misterio muy grande.[48]”
En 1971 Koudelka entra a Magnum “donde sus colegas le apodaron «san Josef» por su «pureza”.[49]”
Es en esta época donde el fotógrafo checo comienza a desmarcarse de la noción fotógrafo-ángel por transfigurarse en algo más, pues “…viendo, encuadrando, aislando el tema escogido, aislándolo de su contexto, Josef le da vida, y sólo cuando este trabajo a veces instantáneo, pero en general minuciosamente elaborado está acabado, el árbol, el paisaje y el hombre cobran vida realmente. Nacen bajo la mirada de Josef, que no crea una imagen, sino que inventa su tema, tanto si es materia muerta como viva. Ahí está la diferencia. Josef no se apropia de una realidad. No da forma a lo que existe. Antes de él no existe nada. No hay nada que pueda existir sin él. Y lo sabe.[50]” Se convierte Koudelka, entonces, en un auténtico creador.
Dominique Eddé describe con precisión a este fotógrafo: “Josef Koudelka acorrala la luz como un animal acorrala a otro. De ahí su fuerza de invasión y de concentración, su temible capacidad de disuasión.[51]” En Exilios pueden encontrarse toda clase de destierros: confinamientos del corazón, expulsiones de la especie, expatriaciones del alma. No es exclusivamente una captura en una situación del fotógrafo (durante el hecho de estar desarraigado) ni capturar a otros deportados, es un gran retrato de los “inquilinos del mundo”, como diría Diego Carrasco:
“Así soy yo.
¿Qué quién soy yo? Igual que tú:
inquilino del mundo.
Inquilino.
No te lo tomes para mal, ni para bien,
ni lo dudes.
Lo quieras o no lo quieras, eres inquilino. Inquilino: hombre divino, que estás vivo.
A pesar de todo, Koudelka agradece el exilio: “Para mí todo en la vida es un regalo y el exilio lo fue también: me impulsó a cambiar. Si yo hubiera seguido en Checoslovaquia, probablemente habría hecho algunas fotografías más de gitanos y punto. El exilio me permitió reinventar el sentido de mi vida y reaccionar a cosas nuevas. Además, me dio un segundo regalo: la posibilidad de regresar y ver todo lo que conocía de otra manera.[53]”
En un primero momento de su exilio viaja a España; duerme en el suelo y al ras: “»Dormir en el suelo no es una condición para tirar buenas fotos, duermes así porque haces un determinado tipo de foto; pasé años fotografiando a gente que tenía menos dinero que yo, pero vivían mejor. Era mi decisión, no he hecho sacrificios sino simplemente lo que quería hacer». ¿Aún duerme en la sede de Magnum en París, como cuenta la leyenda? Dice que sí. […] Dormir en el suelo no es una condición para tirar buenas fotos, duermes así porque haces un determinado tipo de foto.[54]”
Portugal, 1976 for Magnum
Koudelka aprendió español en Barcelona, “…en Castellón durmió en una plaza junto a una fuente, y en sucesivos viajes por las fiestas populares coincidía siempre con Fernando Herráez, con quien trabó una gran amistad —»nos llamábamos peregrino número uno y peregrino número dos»—, y con Cristina García Rodero.[55]”
En la década de 1980 se establece en París y una década más tarde vuelve a Praga. Sin embargo se mantiene siempre errabundo, en permanente movimiento.
Koudelka tiene una peculiar opinión sobre el exilio, pues encuentra en él dos regalos: “El primero es que debes construir tu vida completamente de nuevo, y el segundo es que si tienes oportunidad de regresar a tu país los ves con ojos distintos.[56]”
Caos
Joseph Koudelka parece enemigo de fórmulas: “No me interesa la repetición. No quiero llegar a ese punto donde no hay a dónde ir. Es bueno ponerse límites, pero hay un momento en el que es necesario destruir cuanto uno mismo ha construido.[57]” Su proyecto Caos muestra una faceta totalmente distinta donde, además, elige formatos alejados de lo que había acostumbrado en los últimos años.
En 1986 inicia este cambio radical: Deja el teatro humano para concentrarse en el escenario del drama. Con Caos realiza un primer cambio al adoptar la cámara panorámica. “Tras una semana durante la que fotografié todo lo posible, comprendí que, con esta cámara, podía crear algo que nunca había podido hacer anteriormente.[58]”
Ciertamente no era la primera vez que utiliza este formato con el que ya experimentaba en 1958, pero en los últimos veinticinco años ha sido su configuración fotográfica preferida. Es digno de resaltar que también usa el panorámico 3:1 en formato vertical lo cual no es tan común. Incluso la legendaria firma Leica adaptó una cámara S2 al formato medio para él[59].
Josef se inicia en este nuevo capítulo al ser invitado a colaborar con la Misión Photograhique de la DATAR (Delégation de l’Aménagemente du Territoriore et de l’Action Régionale) cuyo objetivo era realizar un reportaje de la Francia contemporánea, sus gentes, costumbres, arquitectura y paisaje.
Koudelka mismo explica: “Me gusta el paisaje, los distintos tipos de paisajes. Sin embargo, cuando el gobierno francés me invitó, junto a otros veinte fotógrafos, a hacer una serie de fotografías sobre el paisaje contemporáneo de Francia, al principio dudé porque sentí que los paisajes acabarían por alejarme de la gente. Pero cuando supe que tenían una cámara panorámica, como la que siempre quise tener, pensé que tal vez podía hacer algo interesante con ella.
Aunque el formato panorámico puede constreñirse a una fórmula de paisajismo, Koudelka nunca ha dejado de experiment con este formto, cincluso creando intrigantes trípticos verticales o composiciones que asocian el formato horizontal y vertical, “como una gráfica x-y del mundo.[60]”
Cuando hago fotografía de paisaje tengo que estar solo. Algunas veces debes eliminar algunos de tus sentidos para que otros funcionen mejor. Debes, por ejemplo, cerrar los ojos si lo que quieres es escuchar los rumores del paisaje, los pájaros. Me gusta mucho estar con la gente y fotografiarla, pero también me gusta estar solo. Para mí, un fotógrafo, si es realmente un “fotógrafo”, es decir, que nació con esos ojos, registra todo lo que le parece interesante, no sólo la gente.[61]”
El checoslovaco se concentró en un tipo peculiar de paisaje: el de aquellas zonas alteradas irremisiblemente por la mano del hombre. «La mayor parte de la gente considera que este paisaje devastado atemoriza. Pero para mí, lo que atemoriza no es el paisaje, sino la destrucción…. Me parece trágico, pero hermoso. Horriblemente hermosos. … En este paisaje herido encuentro una belleza indomable. La fuerza. La lucha por la supervivencia.[62]» Y explica que “No se trata de una complacencia mórbida por lo que está desapareciendo sino, por el contrario, de una particular fascinación por lo que está surgiendo a pesar de todo…[63]”
El proyecto rebasó rápidamente las fronteras francesas para explorar otros países.
Caos le lleva durante quince años a Bohemia, Birut, Limelett y Camargue. Koudelka ha sido siempre tremendamente selectivo con sus sujetos: “Solamente fotografío lo que se relaciona conmigo y nunca hice nada que yo no quisiera. No produzco fotografía editorial y nunca me he dedicado a la fotografía publicitaria. No, mi libertad es algo que no entrego fácilmente. Y no sigo la guerra porque no me interesa fotografiar la violencia. Claro, si estuviera en Georgia ahora, capturaría con mi cámara lo que estuviera ocurriendo.[64]”
El nómada
Josef es un fotógrafo que transitó de la madurez a la leyenda. “Ahora casi puedo fotografiar sin ver por el visor, lo he dominado a tal grado que es prácticamente como si estuviera viendo siempre a través de la cámara. Quisiera encontrar un pasadizo que conecte consciente e inconsciente. Cuando hago fotografías no pienso demasiado.[65]”
Retrato de Josef Koudelka por Abe Franjdlich (NY, 1975)
Koudelka concuerda con que el fotógrafo lleva en su equipaje toda la energía positiva que ha obtenido a lo largo de la vida, así como la tristeza y que, al hacer fotografía, todo se integra y sale a flote[66]. “Nunca permanezco en un país más de tres meses porque me interesa ver, y si estoy demasiado tiempo me vuelvo ciego.[67]”
Josef “…sigue siendo itinerante, comprometido durante el último cuarto de siglo con la realización de fotografías panorámicas que reflejan paisajes de todo el mundo, golpeados y a menudo heridos por la mano del hombre.[68]”
Aunque Koudelka a veces puede ser considerado el forastero por excelencia, él piensa que realmente es un fotógrafo que pertenece a todo lugar[69].
Para este fotógrafo la visión personal es crucial. Así responde a María Minera en entrevista para Letras Libres: “todos utilizamos el mismo tipo de película y las mismas cámaras, pero llegar a tener una visión propia, distinta a la de los demás, es quizá más difícil que en otros medios.[70]” Y abunda sobre la visión “…una amiga mía, eslovaca, que vivía cerca de los gitanos y cuando vio mi libro me dijo que nunca había notado que los gitanos eran tan guapos. Esa es la cosa: todos miramos a nuestro alrededor, pero no todos vemos.[71]”
Koudelka opina que le gustan pocas fotografías: “Para mí se trata de una imagen que cuando la ves no la puedes olvidar, que permite que quienes la miren inventen diferentes historias, que los espectadores proyecten. No se trata de reportajes, sino de una única imagen que se te queda dentro. Tampoco creo que haya grandes fotógrafos sino grandes fotografías, que son un tipo de milagro, algo que ocurre muy pocas veces.[72]”
Una vez le preguntaron a su hijo sobre el oficio de su padre y la respuesta fue “Nómada”[73]. Efectivamente, Koudelka es un nómada geográfico, pero sobre todo fotográfico. Lo mismo ha hecho experimentos con las formas y lo contrastes, expresivas tomas de obras de teatro, aproximaciones antropológicas a los gitanos, testimonios de la invasión soviética en Praga durante el ‘68, imágenes del exilio y retratos de las cicatrices dejadas por los humanos en el paisaje.
Como bien apunta Rune Hassner, “Koudelka es uno de los más grandes fotógrafos de nuestro tiempo. (…) Una forma rígida se fusiona con una visión poética en sus fotografías, y también se produce una tensión entre sensualidad y un realismo duro, un granulado sociodocumental en sus retratos de gente en los márgenes de la sociedad.[74]”
Este tremendo peregrinar tiene como epicentro su propia identidad: «Aún busco quién soy, pero hay demasiadas cosas de mí que aún no entiendo del todo»[75].
Josef afirma “Quisiera ver todo, me gustaría ser la mirada misma.[76]”
A pesar de este gran viaje y de las imágenes que nos ha regalado Josef Koudelka durante más de cincuenta años, en sus fotografías siempre acaba uno encontrándose a ese adolescente de mirada fresca quien recogía y vendía fresas para poder comprar su primera cámara, enamorado y embelesado con ese universo paralelo de la imagen fija.
* Óscar Colorado Nates es Profesor/Investigador titular de la Cátedra de Fotografía Avanzada en la Universidad Panamericana (Ciudad de México).
Minera, María. Entrevista con Josef Koudelka. Letras libres, noviembre 2003. http://www.letraslibres.com/revista/artes-y-medios/entrevista-con-josef-koudelka Consultada el 18 de junio de 2102
Carrasco, Diego. Inquilino del mundo. Edit. Nuevo Medios, España, 2000
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Lorenzo Armendáriz. Foto septiembre 2010. Fotografía de Alonso Castillo (detalle, editada).
Por Óscar Colorado Nates*
Lorenzo Armendáriz (San Luis Potosí, 1961) es un fotógrafo neo-documentalista que ha centrado su trabajo en el peregrinar humano. Con su trabajo Senderos de la Fe, ha logrado retratar dos viajes: el físico, exteriorizado en la peregrinación y el espiritual, una jornada hacia el interior. Seguir leyendo La peregrinación interior de Lorenzo Armendáriz→