Fotógrafa sin prisa, alumna de Manuel Álvarez Bravo y acreedora de los premios fotográficos más importantes, entre ellos el Hasselblad, Graciela Iturbide es la doña de la fotografía mexicana.
Por Óscar Colorado Nates*
Artículo actualizado el 1 de mayo de 2019.
Con todo el tiempo del mundo
María Graciela del Carmen Iturbide Guerra (México, 1942- ) es una fotógrafa sin prisa. No es raro que sus series fotográficas le tomen 8 o 10 años. Ella trabaja a su propio aire: “A mí me obsesiona más la composición, la imagen, que el tiempo. Para muchos otros cautivar un instante es lo más importante, el tiempo es indispensable porque es el movimiento. Pero como yo no tengo muchas imágenes en movimiento, el tiempo pasa a segundo plano… …A lo mejor carezco del ojo de lince del que habla Cartier-Bresson, soy más reposada, me quedo con lo que está allí, estático.”[1]

Graciela Iturbide nació en el seno de una familia acomodada en la Ciudad de México. La hija mayor de 13 hermanos fue educada de manera estricta por las monjas de un internado. Se le entrenaba, como la mayoría de las mujeres de su generación, para casarse y ser madre de familia. Aunque su padre era un fotógrafo aficionado, nadie le impulsó en casa para perseguir una carrera artística. Además, como una «niña bien» de su tiempo, tenía una formación criolla que la aislaba de la cultura mexicana y daba desmedida preferencia a todo lo que oliera a Europa. [2]
Del cine a la fotografía: bajo el ala de Don Manuel
La mayor de 13 hermanos, se casó muy joven (en 1962), a los 20 años, con un arquitecto con quien tuvo tres hijos: Manuel, Claudia y Mauricio. Ya casada se interesó en el cine. Era la década de 1960 y el Séptimo Arte robaba los corazones y sueños de muchos artistas. Así, una joven Graciela esposa y madre de familia se interesa por estudiar guionismo y se matricula en el Centro de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM en 1969.[3]
Conoce a don Manuel Álvarez Bravo y se matricula en uno de sus talleres en el CUEC. En una auténtica epifanía vocacional se dijo a sí misma «Quiero ser fotógrafa. Quiero dedicarme a salir al mundo y tomar fotos.»[4] Abandonó entonces el cine para incrustarse en el cosmos de la imagen fija. La decisión era, además, de orden práctico: Iturbide gusta de trabajar sola, actitud impensable en el cine; además la fotografía tiene una accesibilidad incomparable.

Desgraciadamente, la fotografía no ocupaba por aquel entonces un papel preponderante en la currícula universitaria mexicana. En realidad no cabía demasiado bien en ningún lado: Los estudios de Información y Comunicación aun hoy forman parte de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
Por aquel entonces, don Manuel no era valorado como la figura toral de la fotografía mexicana; estaba, en aquel entonces, todavía muy lejos de la apreciación y el papel patriarcal que obtendría. Paradójicamente era enormemente apreciado y valorado en el extranjero y era un gran amigo de Henri Cartier-Bresson y con frecuencia se le exponía junto a su camarada francés y a otro gigante: Walker Evans.
Eventualmente, cuando Álvarez Bravo cumplió 100 años de edad fue sujeto de una gran celebración, pero en la década de los sesentas las autoridades universitarias toleraban, más que impulsar, la fotografía fija y veían al hombre de la boina y la cámara de formato grande con más sospecha que admiración.
Un día don Manuel Álvarez Bravo le preguntó a Graciela si aceptaría ser su achichincle [5], su ayudante, y ella aceptó. Eran finales de 1969.
La propia fotógrafa refiere de aquellos años que «Álvarez Bravo tenía colgado en su laboratorio un papelito con un recordatorio «Hay tiempo, hay tiempo». Su función era recordarse a sí mismo que las cosas, para que salgan bien, deben hacerse con calma.»[6] De ahí proviene la prudente parsimonia de Iturbide. Como bien dice Marta Gili: «Si algo abunda en las imágenes de Graciela es tiempo.»[7] De Álvarez Bravo la fotógrafa hereda esa «poética de la paciencia», como la llama Debroise.[8]
La tutela de Don Manuel no fue tanto fotográfica o técnica como artística, intelectual, vivencial y cultural. Con frecuencia Iturbide refiere en distintas entrevistas que un día le preguntó al maestro sobre la mejor manera de revelar una fotografía y el tutor le explicó que buscara un sobre de químicos Kodak, que siguiera puntualmente las indicaciones al reverso porque era, para él, la fórmula perfecta.
Afortunadamente para Graciela, el maestro estaba más preocupado en la mexicanidad que el hipo-sulfito. De modo que lo que le faltó a Iturbide en formación sobre su país natal lo vio compensado con el amor de Álvarez Bravo a México y su cultura.
Sobre la influencia de don Manuel en la fotógrafo el intelectual mexicano Carlos Monsiváis fue muy certero: «De nombrarse sólo una presencia (influjo, aprendizaje) en la obra de Graciela, el nombre a citar es Manuel Álvarez Bravo. Graciela trabajó con don Manuel, ha observado su obra y, sin imitarlo ni citarlo a hurtadillas, es demasiado creativa como para eso, desprende de ese trato la gran lección: si la imagen es lo suficientemente elocuente, será tarea de otros el volverla simbólica.» [9]

Aunque la amistad entre maestro y discípula fue para toda la vida, la tutela duró poco: Únicamente un año. Iturbide busca su propia autonomía: «Después de un año y medio de estar con él, sentí que tenía que romper el cordón umbilical, seguir por mi propio camino. Manuel Álvarez Bravo me decía que había que tener influencias, pero también que había que sedarlas y, evidentemente, adquirir un lenguaje propio. Entonces, su misma personalidad me ayudó a no imitarlo.»[10]
En sus primeras escapadas fotográficas, Iturbide vagaba por el centro de la Ciudad de México con la cámara en la mano.
A pesar de que Graciela Iturbide cortó rápidamente el cordón umbilical en lo fotográfico, mantuvo una gran amistad con el Maestro toda la vida. Incluso llegó a mudarse a una casa en el barrio de Coyoacán, al sur de la Ciudad de México, a unas cuadras de Don Manuel.
Aunque Álvarez Bravo fue su primer maestro y tutor formal, en la formación fotográfica de Iturbide son las influencias de otros fotógrafos las que van modelando su modo particular de mirar. Cobran importancia entonces sus admirados Josef Koudelka, Robert Frank, Christer Strömholm, Francesca Woodman, Manuel Álvarez Bravo, Jacques-Henri Lartigue , Hiroshi Hamaya y una particular fascinación por el trabajo de Brassaï.

Por aquellos años, entre sus primeras fotografías, está la de una extraña mujer sentada con un cigarrillo en la mano en una cantina; esta fotografía realizada en un museo de cera, como dice Marta Dahó «…podría considerarse como un primer manifiesto inconsciente, un inicio premonitorio de lo que constituirá su obra futura: una obra intensa, poética, hipnótica, pero profundamente asentada en lo real; unas imágenes de las que emana un extraño fulgor y ante las cuales uno no puede evitar preguntarse: ¿de dónde procede esa incandescencia?»[10b]

Los inicios de los años setenta fueron cruciales para la joven aprendiz. Ella misma narra que tuvo su propio instante decisivo, no al estilo de Cartier-Bresson, sino más bien una peripatheia personal.
Ejes temáticos
Aunque vista en conjunto, la fotografía de Graciela Iturbide es muy diversa, también es cierto que existen ejes temáticos muy claros que van obedeciendo a sus propios intereses. De modo que la fotógrafa trabaja proyectos durante períodos largos, incluso años, y conforme va mutando termina con ciertos temas.
Los angelitos
Para Graciela Iturbide la muerte prematura de su pequeña hija Claudia en 1970 le removió profundamente. Se divorció y eligió perseguir una carrera fotográfica profesional. Así, se embarcó en la aventura de la imagen. Por aquel entonces en México todavía persistía el ritual de enterrar a los llamados angelitos. Ante la prematura muerte de un infante, la procesión, el ataúd diminuto y el acto mismo de la inhumación se convierten en un rito peculiar. Graciela llegó prácticamente al punto de la obsesión por la muerte en aquella época donde abundan fotografías de cementerios. Curiosamente, muy propio de una artista mexicana, la muerte en las fotografías de Iturbide no son tétricas, sino poéticas. Por eso no es extraño encontrar en su obra, frecuentemente, cementerios o espacios geográficos relacionados cercanamente con la muerte, como en Benarés (India).
Un día ocurrió algo que removió profundamente a Graciela Iturbide. Seguía una procesión de un angelito en un cementerio en Dolores, Guanajuato. De pronto, en medio del camino, estaba tendido un hombre muerto. Sin embargo, los buitres habían descarnado y limpiado con precisión quirúrgica parte del torso y todo el cráneo, en un singular espectáculo, macabro desde luego, con un hombre íntegro y vestido hasta el pecho, pero con el resto vuelto esqueleto. Mientras Iturbide hacía la foto, sintió que la muerte misma le decía se le mostraba diciendo «¿Me buscas? Aquí estoy».

Graciela interpretó aquel suceso como una señal, como el tiempo de parar con la muerte y dar vuelta a la página.
Los que viven en la arena
Para 1979 Graciela está preparada para iniciar un nuevo capítulo, en este caso impulsada por el Instituto Naiconal Indigenista. Graciela viaja al norte de México, a Sonora, para trabajar con un antiguo pueblo nómada que ha sido asentado en aquella región. De ahí surge Seri, los que viven en la arena es lo que podríamos llamar un trabajo de carácter más abiertamente etnográfico o antropológico. Iturbide no hace un registro estrictamente etnográfico o antropológico.
Su propia manera de relacionarse con la gente produce retratos donde, de inmediato, resalta una poesía muy alejada de las áridas fotografías registrales que podría hacer un sociólogo. Por otra parte, Iturbide cuenta para entonces con una formación y un oficio que le permiten entender la luz, los contrastes, y aunque nunca ha hecho de la composición un fetiche, su intuición plástica ya entonces le permitía aislar a sus sujetos para subrayar el gesto, la arruga, la piel. Más que una fotografía etnográfica o antopológica, Graciela Iturbide parece abordar eso que Lorna Scott Fox bautizó como la «antropoética».[11]
Juchitán de Graciela
En 1979 Iturbide también recibe una invitación del artista oaxaqueño Francisco Toledo para viajar a Juchitán en el punto opuesto a Sonora. En el Istmo de Tehuantepec, en el sureste mexicano, Graciela encuentra un entorno perfecto para su propia personalidad. Juchitán es un espacio donde las mujeres y el matriarcado tienen un papel muy peculiar. Graciela se asombra: mujer de origen acomodado, se enfrenta a un México rural, muy alejado geográfica, económica y culturalmente de la gran capital. Pero enlaza inmediatamente con las mujeres, traba amistad y llega al punto de la complicidad. Sus fotografías son, entonces, de una intimidad inigualable.
Graciela Iturbide se aparta de la fotografía etnográfica para mirar a las mujeres de Juchitán desde la relación personal.
Jamás un fotógrafo de «pisa y corre» armado con una mirada colonialista sería capaz de atestiguar el ritual de desfloramiento de una doncella que Graciela captura en «El rapto», o a una mujer bañándose. De aquel tiempo surgen dos trabajos mayúsculos, uno el libro Juchitán de las mujeres, pero también una fotografía icónica para la carrera de Iturbide: Nuestra señora de las Iguanas.

A propósito de esta imagen, Iturbide habla de dos momentos decisivos en la fotografía: Uno el de la toma, con cierta consonancia en Cartier-Bresson, pero el segundo instante crucial es la edición. Cuando se observa cuidadosamente la hoja de contactos de las fotos que hizo Iturbide de esta suerte de medusa mexicana, queda muy claro que el saber escoger es, efectivamente, uno de esos instantes torales que lo significan todo en la obra de un fotógrafo.
Fotógrafa internacional
Para finales de la década de 1980 Graciela ya es una fotógrafa internacional por derecho propio. Ha viajado a Europa, expuesto en el Centre Georges Pompidou y en el Museo de Arte Contemporáneo Español en Madrid. Obtiene en México una beca del Consejo Mexicano de Fotografía y la OIT reconoce su trabajo. Entonces comienza su viaje por el mundo: España, Hungría, Francia, Alemania, India, Madagascar, Italia, Ecuador, Estados Unidos, Panamá… En conjunto, sus fotos de viaje pueden entenderse como una reflexión de la soledad, de la introspección. Graciela, tan abierta a la humanidad, despoja muchas veces de personas a sus fotografías de viajes.
Sacrificio
Iturbide tuvo acceso a un ritual en la sierra mixe, en el estado mexicano de Oaxaca, para fotografiar la matanza de cabritas. Es un suceso que dura un par de semanas donde se sacrifica a los animales y se les prepara para el consumo. Entre el rito y la matanza, Iturbide no deja de pensar en el sacrificio bíblico del padre Abraham que ofrece en holocausto a su hijo Isaac. De ahí surge el proyecto En el nombre del padre. No se trata de una apología del bienestar animal, tan boga en nuestros días, como de un retrato de sincretismo donde se entrelazan la Mesta española y los sacrificios precolombinos.
Pájaros
La figura de los pájaros en Graciela Iturbide es profundamente simbólica. Los pájaros son autonomía, libertad. A los pájaros se les come (gallinas) y nos comen (buitres). Los pájaros son para Graciela los ojos que le sirven para volar. En las parvadas que se alejan está el símbolo de la muerte, del espíritu que deja la tierra para remontar el cielo. La radiografía de un pájaro revela para Graciela eso que nuestros ojos y cámara no pueden ver a simple vista. Muerte y vida, los pájaros son consuelo y desconsuelo para la Iturbide.

El baño de Frida
Frida Kahlo es una de las figuras de la cultura mexicana más visibles a nivel mundial. Entre las películas que se han hecho sobre esta figura, su relación con Diego Rivera y su propia obra pictórica que refleja una vida atormentada, se ha conformado un imaginario desgarrado.
Graciela Iturbide tiene acceso al espacio íntimo de Frida Kahlo, el sancta sanctorum que constituye el baño. Ahí, Graciela nos invita a fisgonear en un un espacio secreto donde yacen los instrumentos de tortura de la artista: el Corsé, las prótesis. Iturbide nos abre un espacio surrealista donde convive un retrato de Stalin con una tortuga disecada o una muletas. Podría parecer que Graciela se convierte en testigo que nos invita a asomarnos. Pero, de pronto, aparece un par de pies iturbidianos. Las fotógrafa interviene la escena. La fotografía de los pies nos revela que Graciela se ha metido en la bañera que también es ocupada por la tortuga. Ya no se trata de un mero asomarse al baño de Frida: Graciela juega ahí, interviene la escena. Convierte ese espacio en un escenario, en un campo para hacer su propio happening.
Ni socióloga ni antropóloga: ¿Antropoeta?
Graciela destaca «por la simplicidad de su composición y la riqueza de sus proposiciones».[12] Ella misma explica: “Todos los fotógrafos hacemos fotografía documental, pero después todo depende de la interpretación de cada quien, si hay más o menos poesía, o imaginación.”[13]
Cuando el Instituto Nacional Indigenista encargó a la joven artista la documentación de los nómadas seris en el desierto de Sonora, Iturbide afrontó el proyecto de manera muy distinta a como obró Dorothea Lange ante las encomiendas de la Farm Security Administration: Iturbide rehuyó cualquier agenda política. Abordó el proyecto con un ojo en lo documental y el otro en la interpretación personal.
«No soy antropóloga ni socióloga. Tomo fotos por el gusto de tomarlas, por el placer profundo que me brindan ciertas imágenes.»[14] Es una suerte de anti-teleología que impregna su trabajo con una naturalidad muy alejada de la híper-intención que, a veces, malogra las fotografías.
Doña de la composición
Lo primero que salta a la vista en el trabajo de Graciela Iturbide es el dominio de la composición. Decir que esta autora tiene un gran ojo y un talento extraordinario se queda más que corto.

Ella es una auténtica doña, de la misma manera que Manuel Álvarez Bravo fue un don, con un aire “chamánico” propio del castanédico Don Juan Matus. Y es que Iturbide verdaderamente crea su propia realidad aparte:
«La fotografía no es la verdad, el fotógrafo interpreta la realidad y, sobre todo, construye una realidad propia, de acuerdo a sus conocimientos o emociones… …Sin la cámara, ves el mundo de una manera, y con la cámara, de otra; por esta ventana, estás componiendo, incluso soñando con esta realidad, como si a través de la cámara se estuviera sintetizando lo que tú eres y has aprendido del lugar. Entonces haces tu propia imagen, estás interpretando.»[16]

A Iturbide le enoja profundamente que califiquen su fotografía de mágica y aborrece la fotografía «sin talento.»[17]
Más aún, es una doña en el sentido de tener baronía sobre el medio que se somete a su voluntad.
Reconocimiento internacional
Graciela ha sido reconocida profusamente. Es doctora Honoris Causa del prestigiado San Francisco Institute of Art, distinguished visiting professor de la Metropolitan State University of Denver. El Museum of Contemporary Photography le otorgó el Honorary Degree en fotografía. En 2008 se le concedió el Premio Hasselblad, suerte de premio Nobel en la fotografía. El 30 de julio de 2014 el Instituto Nacional de Bellas Artes le confirió la la Medalla Bellas Artes en su México natal y en 2015 recibe la máxima distinción de los Infinity Awards que otorga el International Center of Photograph (ICP) de Nueva York. [18] Ha obtenido las becas más prestigiadas del mundo como la Guggenheim o el fondo W. Eugene Smith. Hoy se considera a Graciela Iturbide como la fotógrafa latinoamericana más reconocida a nivel mundial. [18b]
¿Fotógrafa humanista o humanista fotógrafa?
Tal vez aún más sorprendente que sus fotografías, es la capacidad de Graciela para relacionarse con los demás seres humanos. Ella posee un genuino interés por la persona.

«Lo que a mí me interesa lograr con la fotografía es evidenciar la dignidad del ser humano en cualquier circunstancia».[19]
Como bien apunta Marta Gili: «Graciela Iturbide […] elige negociar la mirada, convertir su intrusión en seducción…» [20]

La artista confiesa que muchas veces se la ha ido una buena fotografía «por estar platicando con la gente.»[26] Sin embargo, una de las claves para una gran foto es la conexión entre el autor y su modelo. Si bien en Iturbide se entreveran lo antropológico, lo etnográfico y lo sociológico, por encima de todo prevalece lo humanista. Su ojo no privilegia la ciencia del grupo, ni el análisis del ritual, o la examinación de la pobreza, sino a la gente con nombre y apellido, con quien ha trabado amistad mucho antes de sacar la cámara.
No importa si su sujeto es un anciano seri, una recién desposada, un niño con unos pollos en la mano, una mujer con iguanas en la cabeza (literalmente), o un joven hindú, el retratado siempre resulta dignificado: «Testimonios como los de Graciela Iturbide demuestran que hay otras formas de mirar y mirarse en el otro que no son opresivas.»[27]
Del ícono al símbolo
Cuando se pronuncia el nombre de la autora, se conjuran en la mente fotografías como la ya mencionada señora de las iguanas, pero también Jano, Novia Muerte o Mujer Ángel.



La fama de estas imágenes ha sido tal, que ha llegado a provocar en Graciela un sentimiento de opresión.[28] Sin embargo sus series como un corpus, son tan memorables como algunas fotografías individuales que se han vuelto célebres: En Naturata invita a reflexionar sobre el jardín humano, un segundo edén.
Según Michel Frizot «La trayectoria que podemos seguir en sus libros va del universo femenino a la evanescencia del espíritu-pájaro, de la muerte a la redención, de la violencia de los gestos a la sensibilidad de la superficie, de la corporeidad a la indeterminación de las formas.»[29]
La fotografía de Graciela Iturbide exige numerosas lecturas y relecturas. Un visionado desde lo simbólico estará en sintonía con las intenciones de la autora. Basta con revisar Nuestra Señora de las Iguanas donde se entremezclan resonancias de una madona y, al mismo tiempo, una especie de medusa. Ambos simbolismos se entreveran creando una imagen excepcional. Como dice, acertadamente, Marta Dahó: “El arte de Graciela Iturbide radica en una singular capacidad de sugerir y condensar que anula nuestra habitual disociación entre pensar y experimentar, entre vivir y fotografiar.” [30]
Para ella fotografiar «cosas simbólicas» es una posibilidad de evitar el cliché. Por ejemplo, de su trabajo en la Asia afirma: «Procuré quedarme con los símbolos en los que, para mí, se cifraba la India. En lugar de tomar a un hindú pidiendo limosna, que es lo que a mí me molesta, fotografié el Times y la prótesis abandonada en el suelo… …traté de hacer algo simbólico con lo que veía.»[31]

No importa si es en Juchitán, el desierto de Sonora, un jardín botánico, India o Panamá. Graciela Iturbide nos inserta en un territorio que va más allá de lo formal para adentrarse en el corazón mismo de lo simbólico. Ella lo ha dicho con claridad: “Antes que el tiempo, me interesa la plasticidad del símbolo.”[32]
Recordemos que el símbolo es la representación perceptible de una idea, y Graciela nos ofrece en cada fotografía una miríada de lecturas.

El trabajo fotográfico de cuatro décadas es de una profusión pasmosa, multi-temático pero siempre consistente. Desde su ojo para la geometría en un cactus o una suculenta, hasta subrayar la dignidad de los seris o su complicidad con el matriarcado juchiteca, Iturbide aporta esa cualidad inmaterial que impregna a los más grandes fotógrafos de la historia. Graciela Iturbide es una artista coherente y consecuente.
Aunque la mexicanidad y su tierra están plasmados en su trabajo, no importa si hace fotos en Roma, Madagscar o Benarés, la fotógrafa diuye las fronteras geográficas y fotográficas. Su foto es documental pero no registral, de carácter antropocéntrico pero no antropológico, que plasma a las etnias sin ser etnográfica.
Se trata, ante todo, de la fotografía de una mujer que sabe impregnar de poesía cada una de sus imágenes donde la luz no es su principal ingrediente, sino el símbolo.
Alumna genial, maestra admirable. Doña de la fotografía. Ella es Graciela Iturbide: Señora de los símbolos.
* Dr. Óscar Colorado Nates,
(Ciudad de México, 1969)
Académico, crítico, analista y promotor de la fotografía.
Doctor «cum laude» en Ciencias de la Documentación por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Narrativa y Producción Digital por la Universidad Panamericana (Cd. de México) donde es Investigador de Tiempo Completo y Profesor Titular de la Cátedra de Fotografía Avanzada así como Docente de Posgrado en Narrativa y Nuevas Tecnologías.
Autor de libros como Fotografía 3.0; El Mejor Fotógrafo del Mundo; Instagram, el ojo del mundo; Fotografía de Documentalismo Social; Fotografía Artística Contemporánea; El Mejor Fotógrafo del Mundo y Pensamientos Decisivos: 650 reflexiones fotográficas.
Miembro del Seminario de Imagen y Cultura, la Asociación Mexicana de Estudios de Estética, el Seminario Permanente de Análisis y Crítica Cinematográfica (SEPANCINE) y de The Photographic Historical Society (Rochester, NY), entre otras agrupaciones académicas.
Las opiniones vertidas en los artículos y producciones audio-visuales son personales.
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Fuentes de investigación
Bibliografía
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Fuentes de Internet
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- The Museum of Contemporary Photography, Graciela Iturbide, http://www.mocp.org/collections/permanent/iturbide_graciela.php, consultada el 7 de abril de 2012
- Fundación MAPFRE, Graciela Iturbide, http://www.exposicionesmapfrearte.com/gracielaiturbide/, consultada el 18 de noviembre de 2011.
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- Tejeda Armando G., La Jornada, Graciela Iturbide reconoce «yo no sé como atajar la violencia con mi cámara», http://www.jornada.unam.mx/2011/07/04/cultura/a10n1cul consultada el 7 de abril de 2012.
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Notas
[1] Murcia Marisela, Ir a las fotos, Fotoespacio, http://bit.ly/uZoKpx consultada el 16 de noviembre de 2011
[2] Medina, Cuauhtémoc, Graciela Iturbide, Edit. Phaidon, London, 2001. Pág. 5
[3] Carlos Martín. Cédula de información general. Exposición «Graciela Iturbide. Cuando habla la luz.» Fomento Cultural Banamex (2019)
[4] Carreras Claudi, Conversaciones con fotógrafos mexicanos, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 2007, p. 129
[5] «Achichincle» significa en México «asistente» y según la RAE «Hombre que de ordinario acompaña a un superior y sigue sus órdenes.» Achichincle. Disponible en http://lema.rae.es/drae/?val=achichincle Consultada el 21 de marzo de 2015
[6] Carreras Claudi, Op. Cit., p. 127
[7] Gili Marta (texto), Graciela Iturbide, Tf. Editores, Madrid 2005, p.10
[8] Debroise Olivier, Fuga Mexicana: Un recorrido por la fotografía en México, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 2005, p. 322
[9] Monsiváis Carlos, Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México. Edit. Ediciones Era/Museo del Estanquillo, México, 2012, Pág. 142 272 pp.
[10] Lucuix Luisa (coord.), Conversaciones con fotógrafos 1, Ed. La Fábrica Editorial, Madrid 2010, p. 12
[10b] Dahó Marta, Graciela Iturbide: en la linea de sombra, Graciela Iturbide, Ed. Fundación Mapfre/Instituto de Cultura, Madrid 2009. Pág. 11
[11] Medina, Cuauhtémoc. Op. Cit. Pág. 11
[12] Gili Marta, Op. Cit. p. 8
[13] Murcia Marisela, Op. Cit.
[14] Carreras Claudi, Ídem
[15]. Gili Marta, Op. Cit. p. 10
[16] Lucuix Luisa, Op. Cit. p. 16
[17] Ibídem p. 47
[18] 2015 INFINITY AWARD: CORNELL CAPA LIFETIME ACHIEVEMENT. Graciela Iturbide is the 2015 recipient of the Cornell Capa Lifetime Achievement Award. Disponible en http://www.icp.org/infinity-awards/graciela-iturbide Consultada el 26 de abril de 2015
[18b] Iturbide, Graciela, No hay nadie/There is no one, Ed. La Fábrica Editorial, Madrid, 2011. Pág. 63
[19] Carreras Claudi, Op. Cit. p. 130
[20] Gili, Marta. Op. Cit. Pág. 8
[21] López Austin Alfredo (epílogo), Graciela Iturbide: Imágenes del Espiritu, Ed. Casa de las imágenes, México 1996 p. 123
[22] Tejeda Armando G., La Jornada, Graciela Iturbide reconoce «yo no sé como atajara la violencia con mi cámara», http://bit.ly/uf2j8f, consultada el 18 de noviembre de 2011
[23] Carreras Claudi, Op. Cit. p.131
[24] Iturbide Graciela [Poniatowska Elena y Bellatín Mario,textos], Juchitán de las mujeres 1979 > 1989, Ed. RM, México 2010, p. 7
[25] Ídem
[26] Carreras Claudi, Op. Cit. p.131
[27] Gili, Marta. Op. Cit. Pág. 8
[28] Tejeda Armando G., Op. Cit.
[29] Ídem
[30] Delpire, Robert (Ed.), Frizot, Michel (Textos), Graciela Iturbide, Edit. Lunwerg, Barcelona, 2011, p. 12
[31] Dahó Marta, Graciela Iturbide. Op. Cit. p. 47
[32] Lucuix Luisa, Op. Cit. p. 42
[33] Murcia Marisela, Op. Cit
[34] Tejada, Roberto citado por Koetzle, Hans-Michael. Fotógrafos de la A a la Z. Edit. Taschen, Colonia, 2010, 444 pp.
esta informacion esta muy buena la recomiendo y me ayudo mucho para mi tarea.
Me da gusto que te haya sido de utilidad. ¡Saludos! Óscar Colorado
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otra maravillosa reseña!, muchisimas gracias!
Mil gracias 🙂
Buenísimo Juan. Me interesa. Contáctame por medio del formulario en https://oscarenfotos.com/about/ y platicamos.
Hola, interesante la entrada solo quiero anotar que las fotografías del sacrificio no es en la sierra Mixe, si no en la Mixteca Oaxaqueña.
En el nombre del padre está señalada la región, de la misma manera en las fichas técnicas de las fotografías.
saludos cordiales!
Mil gracias, tomo nota. Saljudos
Excelente artículo! Una vez más, es un placer leerte.