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El fotógrafo propone y el observador dispone

La fotografía es un camino de ida y vuelta. Abrirse a la mirada ajena implica riesgos, pero también la oportunidad de crecer.

Por Óscar Colorado Nates

El hecho artístico

La fotografía es un hecho artístico que implica un creador. Cuando la obra, en este caso la fotografía, es vista por otro, entonces se genera un peculiar momento de diálogo que puede ser voluntario o forzado. Algunos artistas solamente desean expresar su punto de vista, sin interesarles mayor cosa lo que opinen los demás. En este caso se podría ver al fotógrafo como un ente activo y al observador como uno pasivo.

Premisa del modernismo: Ante los genios de Salvador Dalí o Man Ray ¿Qué puede decir el simple mortal?

El observador: De ente pasivo a ente activo

Este papel pasivo del observador me recuerda mucho aquel insulto a la televisión cuando le llamábamos “la caja idiota” reclamándole que era un emisor que aprovechaba la pasividad de su público sin ninguna posibilidad de interacción. Sin embargo, poco a poco esta visión propia de las Bellas Artes donde el gran público era un ente ignorante, pasivo y que no tenía nada qué decir sobre una obra se ha ido, afortunadamente, modificando.

La fotografía no puede ser objetiva

Mucho se ha dicho acerca de la supuesta objetividad de la fotografía, uno de esos grandes mitos impulsados de manera importante por el foto-periodismo. Gerry Badger dice que la fotografía nunca puede ser objetiva porque aunque el fotógrafo intente, desesperadamente, serlo, el observador siempre es subjetivo.[1] Si le mostramos la misma fotografía a una persona cuando esté alegre o deprimida tendrá una respuesta totalmente distinta a la misma imagen. De modo que el buscar tener un control férreo sobre cómo se mira la propia fotografía, es en el fondo una ilusión que lleva, no pocas veces, a la frustración.

Y es que, hoy por hoy, guste o no al fotógrafo, el observador tiene un papel activo que afecta a la obra fotográfica.

La fotografía como hecho expreviso

Una manera de entender la fotografía es afrontarla como un hecho expresivo: el autor quiere expresar algo con su cámara. Esto implica que el fotógrafo desea establecer, con su imagen, un canal de comunicación. Entonces, ese deseo de expresión se convierte en hecho comunicativo. Dice Tanius Karam que un auténtico y pleno proceso de comunicación únicamente puede darse en el diálogo presencial, ínter-personal.[2] Esto tiene su lógica: Únicamente en persona somos capaces de transmitir y recibir todos los matices de una comunicación como el tono de voz, el lenguaje corporal y cualquier posibilidad de ser malinterpretado puede ser corregido en el acto. Entonces, a menos que se tenga acceso directo al fotógrafo en cuestión, estaremos casi siempre ante un hecho comunicativo que si bien tal vez no sea imperfecto, sí tendrá -por su naturaleza y distancia- muy pocas posibilidades de ser matizado o interpretado de una manera en la que el fotógrafo tenga el control total de la imagen.

Del discurso al diálogo

Entonces, eso que podríamos llamar “el discurso fotográfico” corre el riesgo de convertirse, fácilmente, en una ilusión. Decimos con la cámara lo que nuestro intelecto y emociones procuran empleando al máximo nuestra posibilidades, pero si no estamos presentes para explicar a todas y cada una de las personas que ven la foto los matices del mensaje, entonces nuestro discurso puede no llegar o, simplemente, ser interpretado de una manera distinta a la que se esperaba.

De modo que vale la pena aceptar, anticipadamente, que en el diálogo fotográfico, debe existir una actitud abierta por parte del fotógrafo, a que el observador podrá realizar interpretaciones que tengan mucho menos que ver con la intención original del autor.

Además, hay que recordar que la inteligencia no es únicamente lógica sino dialógica. En la medida que dialogamos, entendemos al otro y nos entendemos a nosotros mismos.

Del tolerar al abrazar

El fotógrafo puede aceptar que no está aislado del mundo, que no es un lobo estepario. Vivimos ante una realidad híper-conectada gracias a las redes sociales. Entonces, ¿Por qué no estar también híper-abiertos al diálogo con los observadores?

Podría pensarse que, entonces, el fotógrafo ha de ser tolerante y anticipar, resignadamente, su imposibilidad material para controlar el mensaje. Pero existe otra posibilidad y es ir mucho más allá de tolerar al observador, sino “abrazar” su mirada en el sentido anglosajón del embrace, darle acogida, no solamente darle la bienvenida sino cobijarlo. Entonces podría pasarse de un mero diálogo a una comunión, incluso podría llegarse a un punto de intimidad y hasta de cierta complicidad. En tal sentido el diálogo entre el fotógrafo y su observador puede ser más pleno, y convertirse en comunión, entendida en primer lugar como una “común-unión”.

La distancia emocional y fotografía

Ya en otro artículo he tratado la distancia física en la fotografía sin embargo, existe otra distancia: la emocional.

En el fotógrafo hay siempre una cercanía emocional, un momento francamente íntimo. El fotógrafo tiene una escena que captura con su cámara y no solamente la atrapa en su forma visible, se trata de una experiencia multisensorial, afectiva y de sensaciones que constituye un auténtico cóctel emocional. No es extraño que el fotógrafo pueda reaccionar incluso con cierto nivel de violencia ante una mala crítica. El fotógrafo trabaja desde la cercanía, y ese es su papel. ¿A quién le importa ver las fotografías de un autor cuyo tema le es indiferente? Incluso el propio Walker Evans hizo grandes esfuerzos por alejarse emocionalmente para experimentar qué ocurría con la imagen al trastocar un fenómeno tan fundamentalmente fotográfico, el de la cercanía emocional.

Por su parte, el observador opera con una mirada distante: No estuvo con el fotógrafo, no escuchó los mismos sonidos ni percibió los aromas de la escena. Lo único que tiene frente a sí es lo que el fotógrafo fue capaz de codificar visualmente. A favor suyo tiene un desapego que resulta francamente sano: Es muy fácil enamorarse de una fotografía por su historia, por su anécdota y por razones emocionales que poco tienen que ver con la calidad plástica de la imagen. Y, contrario sensu, una gran imagen puede ser desestimada por su creador simplemente por la falta de una conexión emocional más estrecha.

Pero la mirada ajena también tiene sus inconvenientes: los dos más importantes son la ignorancia y los prejuicios.

Cuando no queremos escuchar: Sobre la crítica

A veces es fácil confundir criticar con insultar, o criticar con calificar. En el mundo de las artes, desde las escénicas pasando por las plásticas, musicales, performáticas y un largo etcétera, la crítica es parte -le guste al artista o no- del fenómeno artístico. Y las críticas forman parte de un ciclo muy riesgoso, que no trataremos in extenso en este texto, donde los temas económicos y, no cabe duda, de egos, pueden entrar en colisión.

Hay dos diálogos de películas que establecen las posturas de los artistas hacia los críticos. La primera está en el filme Ratatouille (Brad Bird, Jan Pinkava; 2007) y la otra en Birdman (Alejandro González Iñárritu, 2013).

En Ratatouille el antagonista del relato, el crítico Anton Ego, escribe en su máquina de escribir:

“En muchos sentidos, la labor de un crítico es sencilla. Arriesgamos muy poco. Sin embargo, disfrutamos de una posición privilegiada sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su persona a nuestro juicio. Prosperamos gracias a la crítica negativa, la cual es fácil de escribir y leer.”[3]

El resto del diálogo es una apología sobre la prevalencia del arte sobre la crítica. Es muy interesante la última oración: “…es fácil de escribir y leer” porque, efectivamente, hacer una crítica mordaz, burlona, puede ser un ejercicio enormemente entretenido y cuyo atrevimiento y provocación puede deleitar al público. Aunque Anton Ego es el supuesto crítico que “confiesa” sus culpas, realmente es la postura del artista puesta en los labios del personaje.

Hay otro diálogo sobre la crítica, en este segundo caso en la película de González Iñárritu Birdman cuando Riggan Thompson se enfrenta a la crítica del Times Tabitha Dickinson:

Riggan: Sabes, que pasa en la vida de una persona para volverse un crítico de todas formas? ¿Que escribes, otra reseña? ¿Es buena? ¿Lo es? ¿Es mala?, ¿Has ido a esta obra siquiera? Déjame leer
Tabitha: Llamaré a la policía.
Riggan: Que vas a llamar, veamos. “Terrible”, terrible es solo una etiqueta. “Escaso”, otra etiqueta. “Marginal”, ¿Marginal, en serio?, suena a que necesitas penicilina para curarte de eso, es otra etiqueta. Todas estas son etiquetas, sólo etiquetas todo. Eres una jodida perezosa. Eres una malnacida perezosa. Eres una… ¿sabes qué es esto?, ¿Siquiera sabes lo que es esto? No lo sabes. ¿Sabes por qué? Porque no puedes verla sino tienes una etiqueta para ella. Cofundes todos esos pequeños ruidos en tu cabeza con conocimiento verdadero
Tabitha: ¿Terminaste?
Riggan: Aún no. No hay nada aquí sobre técnica. No hay nada aquí sobre estructura. No hay nada aquí sobre intensidad. Es solo un montón de opiniones de mierda, apoyadas en comparaciones aún peores. ¿Verdad? Un par de párrafos. ¿Sabes qué? Nada de esto te costó nada. No arriesgas nada, nada, nada, nada. Yo soy un puto actor. Esta obra me costó todo. Así que te diré algo. Toma esto. Estas palabras cobardes. Tus reseñas de mierda escritas sin pasión y métetelas por tú arrugado y ajustado trasero.”[4]

Hay que decir, además, que incluir un diálogo así en el guion es una suerte de vacuna ante la propia crítica, como reza la sabiduría popular: “curarse en salud.”

La crítica de la crítica

La crítica profesional que conocemos a través de los periódicos y otros medios tiende a ser una declaración de gusto personal. Como tal puede tener defectos importantes porque cae en el riesgo de ser idiosincrática, reduccionista y poco fundamentada. Constituye más una opinión subjetiva que obedece a las filias, fobias e intereses del crítico. Ya lo he comentado ampliamente al escribir sobre la crítica como recurso didáctico. Si en una crítica se da una reflexión que tiene más que ver con pensamientos y argumentos que con pronunciamientos, entonces se logra un diálogo mucho más fecundo que si el observador únicamente expresa sus opiniones.

Siempre hay que desconfiar de críticas deshonestas o donde hay intereses económicos en juego, si el texto es oscuro, plagado de indirectas y, sobre todo, si prevalece un tono de superioridad condescendiente. Porque ya decía San Agustín que la soberbia no es grandeza, sino hinchazón. Finalmente, una crítica seria está más apoyada en la razón que en la emoción. Una buena crítica puede estr más emparentada con un intento por desentrañar los sentidos y significados de una obra fotográfica. Hans-Georg Gadamer explicaba que interpetar implica el ofrecer voz a signos que no tienen la posibilidad de expresarse por ellos sí mismos.[5]

El fotógrafo abierto

El fotógrafo puede cerrarse a la crítica, y a las opiniones externas: está en su derecho como creador. Empero, también hay que decir que este cerrarse es un mecanismo de defensa. Los seres humanos somos muy hábiles para generar estos medios que nos mantienen seguros y nos ha permito sobrevivir a toda clase de peligros a lo largo de la historia. Sin embargo, pensemos en un adolescente a quien le da miedo acercarse a la persona que le gusta: Genera un mecanismo de defensa para que no le lastimen ni le rechacen, pero también se pierde la oportunidad de conocer a una persona e iniciar una relación significativa.

Entonces, los mecanismos de defensa nos mantienen en la seguridad, pero nos impiden crecer, y todos los seres vivos -estoy convencido- estamos diseñados para crecer.

De modo que lo contrapuesto a la cerrazón es abrirse.

En primer lugar, habría que pensar las posibilidades que se tienen en la autoría fotográfica frente a la mirada ajena:

  1. El fotógrafo expresa sin importarle la opinión ajena. Ante una actitud así, cuando llegan malas críticas lo que se genera es frustración.
  2. El fotógrafo que sabe que no tiene opción y lo acepta con pesadumbre está en une etapa de resignación pero sin crecimiento.
  3. El fotógrafo puede aceptar la posibilidad de ser malinterpretado, y esa es una actitud de tolerancia, que no está tan lejos de la resignación.
  4. El fotógrafo puede esperar e incluso desear la mirada ajena, abrazarla. Es entonces una actitud de aceptación.
  5. El fotógrafo que expresa, pero también propicia (incluso provoca) el diálogo, puede, entonces, acceder a una esfera de crecimiento. Y es que el arte se trata de expresar, de decir, de comunicar, pero también de recibir, de escuchar.

Cuando las fotos se van

En el momento en el que se pone ante la mirada de otros nuestras fotografías, dejan de ser nuestras. Incluso si nos pasamos cuarenta años haciendo fotos y morimos sin mostrarlas a nadie, nos puede pasar lo que a Vivian Maier. Eventualmente nuestras fotografías serán vistas. Y eso hoy, en el entorno de las redes sociales, es el pan de cada día. En cuando publicamos una fotografía en el Instagram, ya deja de ser nuestra. Podemos aceptarlo o no, pero muchos fotógrafos coincidimos en que las fotografías llegan al momento de casi tener vida propia. Y es que a las fotografías, como los hijos, podemos aplicarles aquello de que «son prestadas.»

A manera de conclusión

En la narrativa el relato tiene la posibilidad de quedar cerrado, como en el caso de La Cenicienta, cuando, al final el príncipe encuentra a la chica, se casan y son felices para siempre. No hay lugar a otras posibilidades.

La Cenicienta, un final cerrado sin opciones para el observador.

Pero en el momento actual existe también otra posibilidad, la de terminar un relato como lo hizo Christopher Nolan en Inception. El final es abierto, ¿Era un sueño o la realidad? El relato queda abierto, el final está en manos del observador. Y esa es una estrategia muy sugerente, interesante y provocadora.

Inception (Christopher Nolan, 2010). El desenlace está en la mente del observador.

La vida artística en general, y la fotográfica en particular, es una ruta de dos vías que siempre tiene la posibilidad de hacernos crecer como seres humanos. Desde la premisa que expresé antes (todos los seres vivos estamos diseñados para crecer), todos podemos encontrar en la mirada de los demás una manera de aprender, de avanzar y de trabajar. La fotografía, me queda claro, no es, no puede ser ni podemos consentir que se convierta en un tormento. Al contrario, la fotografía tiene la posibilidad de volver nuestra vida artística, creativa, social e intelectual más ricas, más plenas y más profunda. A condición de expresar pero, también, de escuchar.


* Dr. Óscar Colorado Nates,
(Ciudad de México, 1969)

Académico, crítico, analista y promotor de la fotografía.

Doctor «cum laude» en Ciencias de la Documentación por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Narrativa y Producción Digital por la Universidad Panamericana (Cd. de México) donde es Investigador de Tiempo Completo y Profesor Titular de la Cátedra de Fotografía Avanzada así como Docente de Posgrado en Narrativa y Nuevas Tecnologías

Autor de libros como Fotografía 3.0; El Mejor Fotógrafo del Mundo; Instagram, el ojo del mundo; Fotografía de Documentalismo Social; Fotografía Artística Contemporánea; El Mejor Fotógrafo del Mundo Pensamientos Decisivos: 650 reflexiones fotográficas.

Miembro del Seminario de Imagen y Cultura, la Asociación Mexicana de Estudios de Estética, el Seminario Permanente de Análisis y Crítica Cinematográfica (SEPANCINE) y de The Photographic Historical Society (Rochester, NY), entre otras agrupaciones académicas.


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Referencias

Notas

[1] Gerry Badger, La genialidad de la fotografía. Cómo la fotografía ha cambiado nuestras vidas. (Barcelona: Blume, 2009).

[2] Tanius Karam, «Aportaciones de la Semiótica a la Teoría de la Comunicación» (Mesa panel, 25 de abril de 2019).

[3] «Ratatouille: Monólogo de Anton Ego sobre el crítico», Blog, Hongo Comics (blog), 2 de mayo de 2009, http://lapaginadelhongo.blogspot.com/2009/05/ratatouille-monologo-de-anton-ego-sobre.html.

[4] Alejandro Salgado Baldovino, «Birdman or (The Unexpected Virtue of the Ignorance) de Alejandro González Iñárritu», Blog, Frases y diálogos del cine (blog), enero de 2015, http://frasesdecineparaelrecuerdo.blogspot.com/2015/01/frases-pelicula-birdman.html.

[5] Cristina Lafont, «Gadamer y Brandom: sobre la interpretación», Signos filosóficos 12, n.o 23 (junio de 2010), http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-13242010000100004.

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