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Vivir para ver y ver para vivir

Una reflexión sobre la autocrítica, la revaloración de la cotidianidad y la importancia de ver para enriquecer nuestras vidas fotográficas.

Por Óscar Colorado Nates*

1ª Parte: Vivir para ver

¿Por qué se hace fotografía? ¿Qué nos provoca ese bicho que los angloparlantes llaman shutterbug? ¿Qué ocurre cuando decidimos dedicar nuestros esfuerzos, en serio, a la fotografía? ¿Qué ha cambiado en nuestro interior que nos provoca a llevarnos la cámara al ojo?

Desde luego está la cámara, el dinero invertido es una buena razón para sacarle partido. También está el gusto por el trabajo de otros fotógrafos quienes nos inspiran: nos encantaría hacer fotos así de buenas. Pero, yo creo, que en realidad es porque hemos visto, porque vemos.

Me explicaré: Cuando uno camina por la calle puede tener una actitud desenfadada o, simplemente, ocuparse de sus propias cosas. Pero a veces uno ve algo y se dice “caray, eso sería digno de fotografiarse.” En otros casos pasamos frente a un escaparate bonito, vemos a una persona haciendo algo curioso… Y eso que hemos visto, se convierte en una necesidad fotográfica.

Del ver al notar

Incluso me atrevo a decir que del ver se llega a algo aún más importante: el notar. Esa es una noción que me ha dado muchas vueltas a la cabeza últimamente. Y es que últimamente noto cosas en las fotografías de mis alumnos. Noto temas. Noto situaciones en la calle. Y ese notar me lleva a la necesidad de registrar, preservar. A veces, fotografiar es expresar, pero también es que hemos notado. Ese notar es el productor de haber visto. Solamente quien ve, nota. ¿Qué notas tú? ¿La luz rasante de la mañana? ¿El gesto curioso de la señora aquella en la calle? ¿La belleza de tu familia? Es interesante hacer un ejercicio más profundo sobre nosotros mismos y preguntarnos ¿Qué vemos? ¿Qué notamos?

Otra razón para hacer fotografías es preservar lo que es digno de ser preservado. No se trata de “capturar” el momento: eso es como enjaular a un animal y sacarlo de su hábitat. Para mí fotografiar es más bien como encontrar una mariposa, hacer un hueco con la mano cuidando de no aplastarla. Con un poco de suerte, observarla y notar esos colores tan bonitos y aquellos patrones increíbles en sus alas. Y entonces, abrimos las manos y, con suavidad, la mariposa se va.

La sensibilidad fotográfica

También vale la pena hacerse concientes de nuestra propia sensibilidad: hay que asumirla y aceptarla. Es, a un tiempo, bendición y maldición. En el aspecto positivo nos hace ver y notar más. Claro, porque alguien sensible se percata, y el insensible anda por la vida con la sutileza de una locomotora. Desde luego, el precio de esta cualidad es que se nos puede herir fácilmente.

Así es que la fotografía pronto se vuelve una contradicción: la hacemos porque somos sensibles y notamos, pero precisamente porque somos así también sufrimos más nuestros propios errores y desventuras fotográficas. Ni qué decir de la crítica ajena que puede resultarnos devastadora.

De la autocomplacencia al desánimo

Por otra parte, resulta muy complicado mantener una armonía en la vida fotográfica. Es, relativamente sencillo, caer en dos extremos: la auto-complacencia o el desánimo. En un hombro llevamos un mini “yo fotográfico” que nos dice al oído: “Oye tú, que eso no está nada mal ¿eh?”. Es el “yo-autocomplaciente”, quien siente que todo está bien, que se siente cómodo con lo que ha logrado y que decide que ha llegado a su frontera. ¿Para qué hacer más si nuestras fotos ya son inmejorables?

En el otro hombro, llevamos a otro mini “yo fotográfico” que es un pesimista pertinaz. Es terrible porque se queja de todo y, en sus momentos rudos, hace los comentarios más acres y ácidos. Siempre está dudando y, lo peor, nos inunda con sus inseguridades hasta llevarnos al desánimo. ¿Para qué hacer esas fotos cuando hay tantos fotógrafos millones de veces más talentosos que nosotros?

Si Pixar hiciera una segunda parte de su película “Intensamente”, debería contar la historia de un fotógrafo que tiene a su “yo-autocomplaciente” y al “yo pesimista”.

Es importante acallar esas dos pequeñas voces. La primera porque nos impide crecer, aprender. Estamos coqueteando, peligrosamente, con la soberbia y la vanidad que pueden atraparnos y ahogarnos. Nunca, nunca, estaremos totalmente hechos como fotógrafos. Estaremos en el lecho de muerte y pensaremos en aquella fotografía nuestra que pudo ser, que podría ser. Vale la pena aceptarlo de una buena vez.

Y la otra voz es igualmente peligrosa. La primera, la autocomplacencia, nos hace estancarnos, pero la otra es aún más peligrosa, porque nos detiene. En extremo, el fotógrafo pesimista se desanima y deja la cámara a un lado diciéndose tonterías como “Yo nunca seré como el fotógrafo tal o cual”, “yo no nací para esto”, “es que tengo mucha afición pero poco talento”. Y eventualmente la cámara sale cada vez menos de su bolsa hasta que queda arrumbada en un armario. ¿O no es así como muchos han cogido por primera vez la cámara abandonada del padre o el abuelo?

No hay que hacer fotografías malas: Hay que hacerlas ¡Malísimas!

En realidad, lo que hay que hacer, es trabajar, hacer muchas fotografías malas ¡Malísimas! Y alguna, muy de vez en cuando, saldrá un poco mejor, desde luego. Pero lo fundamental es trabajar. Solamente piensa en esto: La enorme cantidad de fotógrafos grandiosos que pasaron toda su vida haciendo fotos para que tú y yo recordemos, solamente, un par de ellas.


Fotografiar puede hacernos sufrir un poco (o un mucho, depende de cada quién). Es entonces cuando vale la penar recordar que fotografiamos porque ver nos hace sentir más vivos.

Hace muchos años, en el International Center of Photography (el famoso ICP de Nueva York), tuve por compañeros de clase a un matrimonio de jubilados. ¡Cómo sufrí a la pareja aquella! Claro, era yo mucho más joven y desesperado por aprenderlo todo cuanto antes y ellos parecían contentarse con hacer fotos de flores y atardeceres. ¡Yo tenía unas ansias locas de hacer cosas GRANDES! ¡No flores, ni gatitos, ni atardeceres! Han pasado los años y ahora creo comprender un poco mejor: para aquella pareja ver los hacía vivir, literalmente. Para ellos fotografiar era mantenerse vivos, alertas, con un sentido. Vivían porque veían, porque hacían fotos. Entonces aprendí una gran lección: Ver también le da a tu vida un sentido. Ver para vivir. Piénsalo.

2ª parte. Ver para vivir

La fotografía compulsiva

Vivimos en la era de las redes sociales y del Instagram (y Dios sabrá de qué otra cosa en el futuro). Y entonces las redes sociales nos han inundado de banalidades: El café de la mañana, gatitos… Es fácil despreciar la súper abundancia de la fotografía contemporánea. Además, es frustrante que nuestra cuenta de Instagram, con aquellas fotos maravillosas (¿recuerdas al “mini-yo autocomplaciente”?) tiene uno o dos likes mientras que hay quienes, con un par de amaneceres y cafés matutinos, son seguidos por miles.

Bien, pues estamos ante el fenómeno de la fotografía compulsiva. Hoy se hace fotografía todo el tiempo; todo el mundo está armado de un Smartphone con cámara incorporada. Y todo el mundo hace fotografías todo el tiempo y las comparte en las redes sociales. Amigos míos, por si no se habían dado cuenta, los fotógrafos (sí, esos con la cámara enorme y cara) ya no somos especiales, ni únicos: Ni siquiera interesantes. Hoy cualquiera tiene una cámara en la mano, y la usa sin ningún prurito ni pudor mínimo. Ante la menor provocación ¡bam! Dirigen su smartphone a lo primero que les ha llamado a atención.

Y eso ¿es malo? Déjame decirte que, en el fondo, no. Y te explicaré por qué.

Grandes fotógrafos compulsivos

Lo primero que habría que reflexionar es que ese tipo de fotografía compulsiva no es nada nuevo Ha habido una cantidad interesante de grandes fotógrafos compulsivos. Me vienen a la mente Daido Moriyama, Garry Winogrand (¡desde luego!), Pedro Meyer, por mencionar solamente algunos… Uno revisa su trabajo y se da cuenta de la cantidad enorme de fotografías: muchas de ellas, la inmensa mayoría, pura basura. ¿Los temas? Lo más trivial que puedas imaginarte: un charco, un café, un perro callejero. ¿No me crees? Búscate un libro de Moriyama y luego hablamos. Se trataba de fotógrafos compulsivos, que vivían para ver.

Detrás de la cotidianidad ¿se esconde la grandeza?

Es un momento importante para reflexionar ¿Qué hay detrás de la cotidianidad? Despreciamos a gatitos y cafés matutinos, desechamos aquellas imágenes como “inferiores”. Pero tienen más likes… Mmmm… Algo deben tener ¿O no?

Bueno, quizá la clave no está en que se le brinde un like a una foto mediocre, sino al conjunto de la cotidianidad. Esas cuentas son seguidas por miles porque es fascinante ver la vida de otros, aún en sus aspectos más triviales, aún en lo que comparten con nosotros mismos.

Yo no creía en esto, hasta que hice la prueba. Un día me puse a fotografiar mi día en los más cotidiano y poco interesante: desde mi café matutino, la llegada a la universidad, las reuniones que tuve, lo que me encontré en una papelería, mientras escribía mi artículo para el periódico… Y me sorprendió la cantidad de likes que conseguí en un tiempo mínimo. No hablo de un alud, en Instagram me siguen un poco más de mil en Instagram que realmente no es mucho. Sin embargo, lo importante para mí no fue la cantidad de likes, sino la inmediatez en la respuesta de la gente. Cosas que a mí me parecían triviales (mi gatita Vicky jugando, por ejemplo) encontraron eco en otros dueños de gatitos. La gente respondió, positivamente, a mi cotidianidad.  Pero lo más importante fue que hice fotos.

Hacer fotos de todo, todo el tiempo

Entonces, vale la pena dejar fluir la imagen y dejar de obsesionarse por ser un fotógrafo fantástico, inmaculado, perfecto, grandioso. Instagram es, no me cabe duda por haberlo experimentado, una gran herramienta para estar haciendo imágenes todo el tiempo. Y no debe pesarnos, al contrario: otros grandes maestros cargaban todo el tiempo con la cámara y hacían fotografías permanentemente de las cosas y momentos más banales y cotidianos. Y les era mucho más caro y engorroso.

No tiene por qué darnos miedo el convertirnos en un fotógrafo de gatitos, flores y atardeceres. Porque quienes lo hacen están trabajando. Y si nos ponemos un poco listos, tú y yo que quizá tengamos alguna herramienta adicional a la señora que se hace la selfie en el parque, quizá acabemos, tarde o temprano, con algo que merezca la pena. ¿O no?

Es importante relajarse, porque cada fotografía que hacemos, aún si es para el Instagram, es un crecimiento, es un seguir viendo, notando y –por si no se te había ocurrido- ¡Anotando!

Ahora está, en mi cuenta de Instagram@oscarenfotos, una colección de mi cotidianidad. No sé si a alguien le importe, o si sea interesante, y tampoco merece la pena darle mayor importancia a los dichosos likes. Pero lo que sí puedo decir es que cuando uno se relaja y se pone a hacer fotos con el Instagram y las comparte, acaba con diez, quince, veinte fotos que, de otro modo, tal vez no hubiera hecho. Y eso me nos hace crecer, un poquitín, como fotógrafos. Pero todo avance cuenta. Y, para cuando emprendamos cualquier tipo de proyecto fotográfico (serio, desenfadado, casual, importantísimo) nuestro ojo estará un poco más afilado. Sin duda más que si hemos dejado la cámara para el fin de semana o solamente para trabajar “las grandes cosas”. Y para el fotógrafo profesional, esta actitud desenfadada de fotografiar se agradece como agua de mayo.

Y entonces, todo encaja.

El día menos pensado, nos llega una epifanía y descubrimos qué nos interesa fotografiar y, para entonces, tenemos un bagaje visual, un conjunto de herramientas técnicas, materiales y culturales que nos permitirán resolver mejor ese tema. Y hemos estado haciendo fotos, como locos, sin parar: Estamos preparados. Entonces todo encaja.

No sabemos cuándo, cómo ni dónde ocurrirá esta revelación. A alguien ya le habrá pasado, otros estamos trabajando en ello. No deja de ser como un satori, una iluminación: ese momento de gran lucidez que nos descubre algo que siempre estuvo en nuestras narices pero que, finalmente, hemos logrado ver.

Por eso, yo digo que la fotografía es mucho trabajo, fotografiar incansablemente, mucha paciencia, porque la prisa y la desesperación estorban, y mucha fe. Fe en que ese trabajo dará frutos, en que esa paciencia tiene un sentido, fe en que hemos de trabajar.

Y entonces, con un poco de suerte, entenderemos que hay que vivir para ver, y ver para vivir.

O tú ¿Qué opinas?


Óscar Colorado Nates es crítico, analista y promotor de la fotografía.

Titular de la Cátedra de Fotografía Avanzada en la Universidad Panamericana (Ciudad de México).

Autor de libros como Fotografía 3.0; El Mejor Fotógrafo del Mundo o Instagram, el ojo del mundo, entre otros.

Comunicador transmediaconductor de radio, columnista en el periódico El Universal (Cd. de México).

Co-fundador de la Sociedad Mexicana de Daguerrotipia y miembro de The Photographic Historical Society (Rochester, NY).

>> Este artículo fue publicado originalmente como una entrada del foro TomaCero.Eu el 28 de marzo de 2017.

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