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Fotografía: ¿Talento o virtud?

 ¿Qué nos ocurre a los fotógrafos que no somos ni superiores, ni brillantes y mucho menos geniales? La genialidad no la construimos nosotros: la virtud sí.

Por Óscar Colorado Nates*

Al final de cada curso universitario, siempre le agradezco a mis alumnos y les revelo una verdad que, a veces, les sorprende: ellos han sido, en realidad, mis maestros. Y es que, de cada uno he aprendido algo. Y quisiera compartir hoy lo que me han enseñado dos grupos de alumnos: los talentosos y los virtuosos.

El fotógrafo talentoso

He tenido alumnos increíblemente talentosos. Les enseño algo y despegan rápidamente, lo asimilan con gran velocidad. Son el ejemplo vivo de aquel cliché de “tener un buen ojo fotográfico.”

¿El fotógrafo está condenado a tener que esperar el soplo divino del talento? ¡Dios nos libre!

Sin embargo, muchos talentosos terminan arrumbando la cámara. Esto le sucede, frecuentemente, a quienes han iniciado la fotografía como un pasatiempo, un hobby, y tienen una cantidad monumental de cosas por resolver en la vida. Y entonces, entre las prioridades de esta existencia frenética que vivimos hoy en día, la cámara se va pasando, poco a poco, al final de la lista de prioridades. La gente cree que hacer fotografías es como andar en bicicleta, pero no es así. 

Por otra parte, a mis alumnos universitarios, a veces, les ocurre algo peculiar: trabajo en una Facultad de Comunicación (en España le llaman «Ciencia de la Información»). Entonces, mis clases de fotografía se convierten un componente más de su currícula universitaria. Muchos de mis alumnos más talentosos  pronto se enamoran de los micrófonos en la radio, de los guiones, la investigación o cualquiera de las numerosas disciplinas del campo comunicativo. Entonces, quienes se iniciaron con un gran talento en la fotografía corren el peligro de abandonar la cámara y dejar todo su talento en potencia. Buena parte de mi trabajo fuera del aula, mi gran reto, es mantenerles trabajando.

Del talento a la soberbia: el peligroso “sabelotodo”

Dentro de los alumnos talentosos hay un sub-tipo con el que suelo acabar confrontándome: el talentoso sabelotodo. Se trata de un fotógrafo que tiene talento, innegablemente, pero que ignora muchas cosas, cuya cultura visual es limitada pero que siente que ya sabe todo lo necesario y se niega a aprender más. Entonces se aplica aquel principio socrático del “yo sólo sé que no sé nada.” 

Cuando encuentro fotógrafos que se niegan a escuchar, que piensan que lo saben todo, entonces el camino terminó. Dejan de crecer. Trabajan, siguen haciendo fotos, pero se quedan estancados en una fotografía estereotipada, formulista, de calendario. Repiten una y otra vez los temas y tratamientos más trillados. Y en el proceso se consideran a sí mismos grandes fotógrafos.

Las fotografías del soberbio-sabelotodo les parecen fenomenales a las personas de a pie que no saben nada sobre este medio. Y a sus autores ni se digan, sus propias creaciones les parecen ¡Sublimes! Esta falta de exigencia se conforma con poco porque, desde luego, se sabe poco. Entonces un atardecer, la fotografía de una flor o de un gatito es más que suficiente. Y eso a mí no me provoca conflicto (de todo hay en la viña del Señor). Lo peligroso es cuando aquel fotógrafo  de calendario se ve a sí mismo como parte del Olimpo, heredero legítimo de los grandes dioses del pantheon fotográfico.

Se trata, entonces, de un fotógrafo al que se le puede aplicar aquella idea zen de que  “no se puede poner agua en un vaso lleno”. Y no es que el vaso de estos fotógrafos esté lleno, sino que ellos mismo se niegan a que recibir una gota más.

Por otra parte, siempre tengo la impresión de que el fotógrafo sabelotodo también es sordo porque parece no escuchar nada mas que su propia voz interna que le alaba permanentemente. Cualquier sugerencia externa la desecha automática y sistemáticamente. Cuando pide una opinión lo que realmente solicita, y quiere oír, es un halago y que se le vuelva a decir, repetidamente, lo grande que es y su prominente e ineludible éxito.

Decía San Agustín que la soberbia no es grandeza, sino hinchazón. Y eso le pasa a los fotógrafos sin substancia, sin una búsqueda verdadera, sin seriedad, pero que se perciben a sí mismos grandes: A fuerza de alimentar sus egos se han hinchado.

 

El fotógrafo virtuoso

Hay un grupo de fotógrafos que es, paradójicamente, el más interesante: el de los que no tenemos talento. Sí, aquellos cuyas fotografías son insípidas. No son fotos plagadas de errores, pero tampoco destacan en algo. Son imágenes anodinas, que no tienen pena ni gloria. Yo, lo digo con toda claridad, me sé parte de este grupo. 

Pero, con más frecuencia de lo que uno se imaginaría, estos alumnos míos que aparentan no ser una lumbrera siguen trabajando, se siguen cultivando, son como esponjas que todo lo quieren absorber. Entienden sus limitaciones pero no se dejan vencer. Y trabajan, trabajan, trabajan. Para mí son una fuente de inspiración porque muchas veces es un esfuerzo calladito, sin aspavientos. 

Un día, el menos pensado, sorprenden con una gran foto, un cuerpo de obra fenomenal, o nos comparten la publicación de sus fotos en algún foro realmente importante.

Esto, en verdad, creo que ha de darnos mucho consuelo a los fotógrafos que estamos buscando respuestas a través de la cámara. Es una enseñanza sobre la importancia de las virtudes.

Es más importante la laboriosidad, la paciencia, la constancia, el orden, perseverancia, la resistencia, o la humildad que el tener “un gran ojo”.

Las virtudes son las que convierten a un fotógrafo mediano en un gran fotógrafo. La humildad es el gran poder del fotógrafo. Y eso me recuerda una frase, desgraciadamente no recuerdo dónde la leí: «El prepotente es poderoso un día; el humilde es poderoso toda la vida.»

Es más importante trabajar que simplemente tener talento. Lee Friedlander hizo centenares de portadas de discos para artistas del Jazz; Diane Arbus trabajó la fotografía de moda junto con su esposo antes de encontrar su grandes temas; Garry Winogrand fue fotógrafo editorial durante años. Ninguno de ellos salió de la nada, inspirados por un soplo divino. ¿Tenían talento cuando iniciaron, ese talento del que hablábamos antes? Es difícil saberlo, porque si había alguna suerte de talento inicial, ha quedado sepultado en el mar de trabajo, esfuerzo y persistencia. Es decir, si había talento, acabó sobrepasado por las virtudes.  

Entonces, realmente no importa si hay o no talento inicialmente. Porque lo que  acaba imponiéndose a la larga es un trabajo duro impulsado por unas ganas locas, casi enfermizas, de hacer fotografía, de expresarse con la cámara, y de no esperar -muchas veces- nada a cambio. 

El talento no depende de uno: la virtud sí.

El fotógrafo talentoso siempre tiene el peligro de malograrse en el camino. Pero para el fotógrafo virtuoso el camino es un proceso que le moldea, le forma, le forja. Y eso, al final del día, es algo que sí podemos controlar porque cualquiera de nosotros, con talento o sin él, tenemos un camino fotográfico por recorrer: depende de cada uno qué hace con ese camino.


Óscar Colorado Nates es crítico, analista y promotor de la fotografía.

Titular de la Cátedra de Fotografía Avanzada en la Universidad Panamericana (Ciudad de México).

Autor de libros como Fotografía 3.0; El Mejor Fotógrafo del Mundo o Instagram, el ojo del mundo, entre otros.

Columnista en el periódico El Universal (Cd. de México).

Co-fundador de la Sociedad Mexicana de Daguerrotipia y miembro de The Photographic Historical Society (Rochester, NY).

Las opiniones vertidas en los artículos y producciones audio-visuales son personales.
© 2017 by Óscar Colorado Nates. Todos los Derechos Reservados. Esta publicación se realiza sin fines de lucro y con fines de investigación, enseñanza y/o crítica académica, artística y científica. Ilustraciones: © 2017 by  Óscar Colorado Nates. Todos los Derechos Reservados.

 

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